En nuestra sociedad se concede poco valor al silencio. Los ruidos, estruendos, murmullos y peroratas dominan por doquier. El silencio ha sido exiliado, excluido, confinado al reducto más alejado e insignificante. “Se ha perdido el respeto al silencio... El espíritu de colmena ha triunfado sobre la vida retirada... Hoy nadie reclama su derecho a la soledad… La personalidad se ha disuelto en la muchedumbre, y a eso llamamos progreso y consideramos una gran conquista humana”, expresó Alejandro Arvelo.
Aunque palabra y silencio no son términos opuestos y excluyentes, de todas formas se privilegia el reinado del primero sobre el segundo, desde la misma enseñanza escolar. “El silencio es el gran ausente de la pedagogía... La escuela no enseña la riqueza inherente al silencio. Focaliza su atención en el verbo y en su articulación oral y escrita, pero omite el valor comunicativo y expresivo del silencio... En cierto modo, la pedagogía del silencio es anterior a la de la palabra. La palabra que nace del silencio es una palabra sólida, consistente y firme. La palabra que brota de la palabra, del tapiz lingüístico, raramente tiene la hondura o el grado de reflexión que la que nace del silencio... Se podría decir, con acierto, que el silencio es el prolegómeno de la palabra con sentido”, expresó Francesc Torralba.
Muchos discursos, diálogos y conversaciones carecen de sustancia y contenido por ausencia de silencios. El silencio es la partitura en que se interpreta la sinfonía de la palabra. “Quien no ha gustado del silencio no saborea la palabra”, manifestó Raimon Panikkar.
Por paradójico que suene, para concentrarse, serenar, dialogar e interiorizarse es preciso pedir que se guarde silencio. “¡Guardar silencio! ¡Qué palabras más extrañas! Cuando es el silencio quien nos guarda”, indicó George Bernanos.
¿Privilegio la pedagogía del silencio?
@rodolfodiazf