Penales de Sinaloa con barrotes de hule
Ya sabíamos quién controla las cárceles
Nada más necesita la delincuencia recluida en los centros carcelarios de Sinaloa aparte de armas, tecnología digital y drogas que entran a los calabozos sin aduana legal alguna y les facilita continuar en la brega criminal bajo un modelo de readaptación social tan ficticio como la voluntad de las autoridades para tomar el control de los penales. Qué otra cosa diferente a la anarquía esperamos que suceda con los sicarios y arsenales que circulan libres, si los que pagan consecuencias jurídicas por delitos cometidos cursan especializaciones en afrenta y demolición del sistema correccional.
Ayer la Vocería para temas de seguridad pública dio a conocer el informe sobre los cinco operativos de revisión realizados en el penal de Aguaruto, en Culiacán, y uno en la cárcel de El Castillo, en Mazatlán, mostrando no a los responsables de tan evidente y cínica corrupción pero sí aporta el reflejo fiel de lo que sucede ahora mismo con la narcoguerra que pretende tomar el control de todo y todos. El desgobierno en los centros penitenciarios es el espejo que hace factible detectar las imperfecciones al ras de la monstruosidad en el semblante de ciudades y comunidades que son tierra de nadie.
Hasta a aquel que haya agotado su capacidad de asombro lo perturba la gran cantidad de armas, drogas, equipos satelitales de comunicación, dispositivos computacionales e indumentaria táctica ingresados a las prisiones. Puertas de cartón desplegadas de par en par para que pase todo lo prohibido y se queden afuera las políticas públicas fallidas en cuestión de readaptación social. El extravío de la legalidad en pasillos que son como las fauces de lobos que engullen lentamente a los que en verdad llegaron para regenerarse.
Por todo ese montaje de videocámaras ciegas, custodios miopes y alcaides distraídos, la interrogante tendría que ver con qué tanto motivará la corrupción tras las rejas al Gobernador Rubén Rocha Moya, al Secretario de Seguridad Pública Óscar Rentería Schazarino, y la Fiscal estatal Claudia Zulema Sánchez Kondo, para presentar a los culpables, aplicarles la Ley y sobre todo blindar los presidios cuyas puertas de utilería son penetradas con suma facilidad mediante la llave de las complicidades.
Ante las evidencias irrefutables aportadas por la Vocería del Gobierno del Estado y de la SSP, a cargo de Verona Hernández, la deducción natural apunta a la siempre impune cadena de confabulaciones que necesariamente implica a mandos y personal que custodian a los reos. De ninguna otra manese puede concebirse el hallazgo de 10 armas cortas, 3 armas largas, 386 armas blancas, 48 cargadores y 281 cartuchos de diversos calibres que sin lugar a equivocación confirman lo que es vox pópuli: son los presos quienes controlan las cárceles.
Si esto no fuera motivo suficiente para la estupefacción, entonces intentémoslo con los aseguramientos de 2 mil 305 dosis de cocaína, 458 gramos de mariguana, 20 equipos de radiocomunicación, 70 celulares, 11 módems inalámbricos para Internet y 3 satelitales Starlink, 42 memorias USB y 7 sistemas de banda ancha. Drogas y tecnología suficiente para continuar delinquiendo y que la privación legal de la libertad signifique la tarjeta de entrada a edenes destinados al placer de los encarcelados.
Los decomisos hablan más que cualquier oratoria halagüeña en lo concerniente a la recuperación de delincuentes como ciudadanos útiles a la sociedad. Nada contradice la magnitud de las requisas y el correspondiente mensaje amedrentador sin titubeos ni intermediarios: seguimos siendo los sinaloenses de bien rehenes de células del narcotráfico que disputan territorios y égidas, y también permanentes prisioneros de los que no pudieron conseguir impunidad y desde el encierro dizque correctivo se ratifiquen como los sin ley.
Estamos en la era de ciudadanos pacíficos y libres que purgan mayores penas que aquellos a los que la justicia les asignó escarmientos por la transgresión a la norma jurídica. Sufrimos del encierro que impone el hampa con el miedo y saña de la narcoguerra, mientras las prisiones se convierten en paraísos, vacaciones todo pagado, para los pocos malandrines que la justicia logra someter y allí andan como Juan en su casa, pertrechados y reincidentes, en la antítesis de la punibilidad.
Ojalá que este ejercicio de transparencia que realiza la Vocería, así contribuya a aumentar la congoja social por el hondo bache de violencia, traiga a continuación las determinaciones enérgicas para contener el flujo de los ingredientes que hacen que las cárceles de Sinaloa sean bombas de tiempo de inminente explosión. Con las revisiones en las penitenciarias de Aguaruto y El Castillo nos han mostrado la realidad; lo único que falta es que expongan también las soluciones.
La misma Vocería remarca,
Para colmo de todos los males,
Que en Sinaloa los penales,
No son como los de Dinamarca.
En Mazatlán ya late en todos los barrios el corazón del Carnaval como festividad máxima de un pueblo que se olvida de las penas con las catarsis que imponen la música, oropel, fantasía y mascaradas. Que palpite fuerte a la vez el aparato de seguridad pública para blindar las rutas del Rey Momo, los trayectos que recorran los visitantes al honrar la fiesta marismeña, y los trechos por donde pueda colarse la testaruda adversidad. Y que el miércoles 5 de marzo todos vayamos ilesos a la romería de los desagravios, a expiar el pecado de desalojar aunque sea temporalmente todos nuestros miedos.