La palabra ofensa se refería originalmente a un enfrentamiento en el que se inferían golpes o heridas. No se trataba de una agresión moral, sino física. Con el correr del tiempo cambió el concepto -porque para ofender no se requiere necesariamente herir corporalmente-, pero conserva el rigor de golpear anímica y sentimentalmente.
Sentirse ofendido es uno de los principales problemas a superar para alcanzar la paz y la concordia. Quien experimenta agravio por la supuesta ofensa recibida se bloquea instantáneamente. Exagera el daño infligido y considera imperdonable el dolor causado. Se siente herido, frustrado, decepcionado y abatido.
Preso de este sentimiento se retuerce en su sufrimiento. No busca el encuentro sino la separación, rechaza la presencia y cercanía de quien su orgullo lastimó. Es capaz, incluso, de acudir a la agresión física para repeler al ofensor.
Esta situación obstaculiza el camino de la paz y reconciliación. Cuando la persona se considera ofendida escala falsos peldaños en la escalera de la dignidad. Es necesario despojarse de la carga emocional negativa para construir puentes familiares y fraternos. “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”, precisó Mahatma Gandhi.
No puede existir paz en el ancho mundo, mientras no se alcanza la paz en el pequeño mundo interior. La persona ofendida estará incapacitada para perdonar mientras no erradique la ponzoña de su malestar.
“El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando podrás sentir paz en tu alma y la tendrá el que te ofendió”, dijo la Madre Teresa de Calcuta.
Si todos nos equivocamos, ¿por qué no hemos de perdonar? “Incluso un reloj que no funciona está en lo correcto dos veces al día”, dice un antiguo proverbio.
¿Perdono realmente las ofensas?
@rodolfodiazf