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"Opinión"

"Perfectos desconocidos"

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    Cualquiera de las versiones de la película “Perfectos desconocidos” es muy divertida. Aun y cuando la calidad de las actrices y actores mexicanos que la protagonizan es de primerísimo nivel, a mí me gustó mucho más la versión española que la mexicana. Cuestión de gustos.
     
    Si no la ha visto, dése un tiempo porque vale la pena ver la manera en que se aborda el problema de nuestra dependencia del teléfono celular y, muy especialmente, lo que escondemos en él, convirtiéndonos en unos perfectos desconocidos para los demás, incluso, para aquellos que pensamos nos conocen o conocemos de toda la vida.
     
    Traigo esta película a cuento, porque me parece que su trama retrata a la perfección lo que ha venido sucediendo, desde hace mucho tiempo, en nuestra relación con las instituciones gubernamentales y empresas con las que convivimos diariamente, dígase Pemex, CFE, IMSS, ISSSTE, Infonavit, UNAM, IPN, UAS, Unison, UANL, Telmex, Telcel, Starbucks, Walmart y un largo etcétera. Me explico.
     
    La trama de “Perfectos desconocidos”, gira alrededor de un grupo de parejas de amigos que decide “jugar” a poner su teléfono celular en el centro de la mesa, y leer todos los mensajes y correos que vayan llegando mientras transcurre la cena, incluso, escuchar las llamadas que se reciban. En apariencia, el juego es una bobada, pero conforme van llegando mensajes, las cosas se van complicando hasta un punto que se vuelven, prácticamente, insostenibles, debido a que los amigos “de toda la vida” no se conocían tan profundamente como ellos pensaban. Cada llamada, cada mensaje recibido, revelaba un secretito que, visto a detalle, resultaba ser un complejísimo episodio en la vida de cada uno de los protagonistas. 
     
    No es mi interés chafarle el final de la película, por eso dejaré hasta aquí su reseña. Me interesaba echar mano de ésta, porque la trama que exhibe es muy similar a la que estamos viviendo con Pemex. Difícil negar la cercanía que tenemos con ella. Quienes tenemos la fortuna o desgracia de tener un coche, al menos una vez por semana tenemos que cargar gasolina; al menos una vez por semana hacemos la misma mueca torcida por el precio que debemos cubrir por un “litro” del que desconfiamos que sea un litro; al menos una vez por semana recordamos que nuestro presupuesto familiar se divide en comida, luz, agua, teléfono, renta/hipoteca, colegiaturas y gasolina; al menos una vez por semana, pagamos un artículo más caro porque “la gasolina sigue subiendo”. Pemex, impúdicamente, está y ha estado metidísimo en nuestras vidas, sin apenas conocerlo. 
     
    Lo visto y vivido a lo largo de estas dos semanas, y lo que vendrá, da para escribir dos o tres novelas al estilo José Saramago. Ahora son las larguísimas filas, el desabasto y el repunte en el precio de algunos productos; mañana veremos al transporte público y los taxis parados, la gente sin acudir a sus empleos, los mercados, empresas, hospitales, escuelas y oficinas de gobierno cerradas, a los policías siguiendo a pie o en bicicleta a los malandrines mientras hacen su agosto, la gente autodespachándose en los supermercados... Veremos un México saramagueano.
     
    Y si el Presidente López Obrador decide seguir su lucha frontal contra las redes de corrupción, veremos efectos de una magnitud similar, pero derivados de las tramas que se dan en otras dependencias. ¿Se imagina qué sucederá si en el marco de esta cruzada contra la corrupción, AMLO se da cuenta que en algunas clínicas del IMSS atienden primero a las parturientas que son capaces de pagar lo que, por debajo de cuerda, les piden enfermeras y médicos tramposos? ¿Qué pasará cuando tenga en su mano el monto de lo que nos cuesta la cantidad de luz que consume la gente (sinvergüenza o sin-recursos) que está colgada a la red con diablitos, o ha intervenido sus medidores para pagar menos cada mes? ¿Qué pasará cuando se entere de que en el ISSSTE no hay medicamentos, anestesia, camas y sábanas limpias porque una panda de bribones desvía los recursos que se asignan desde la federación? ¿Y qué pasará cuando se destape la cloaca de las concesiones para la construcción de caminos, puentes vialidades y parques públicos? ¿Cuando se dé a conocer el monto del dinero que circula por debajo de la mesa de jueces, ministerios públicos, peritos, policías..?
     
    ¿Debe el Presidente dar marcha atrás a las medidas emprendidas para frenar la trama de corrupción que se da al interior de Pemex, incluida la red de suministro de combustibles?
    Sobra decir que la búsqueda del justo medio siempre es una ruta segura para tomar decisiones, sin embargo, cuando estas implican meterse hasta el cuello en el fango del pantano de la corrupción, no podemos esperar que los efectos, como dijo Andrés Manuel, no resulten extremadamente incómodos, y la ciudadanía, por pleno convencimiento actúe “con prudencia, con serenidad, sin caer en pánico, sin hacer caso a la información alarmista, tendenciosa, de quienes de manera indirecta están a favor de este régimen de corrupción…”.
     
    Coincido con el Presidente en el hecho de que “sería fácil abrir los ductos y decir que ya se normalizó la situación”, con tal de poner fin al problema del desabasto y la inconformidad social que ello genera. Durante muchos años hemos venido escuchando, en el mismo tono que suenan las fantasías y los malos sueños, que las dependencias de gobierno, mediante complejísimas tramas de corrupción, drenaban miles de millones pesos, pero ahora que el sueño se volvió realidad nos sentimos profundamente incómodos e indignados, porque lo que antes era un problema en abstracto hoy nos afecta directamente.
     
    Este, justamente, es el precio que debemos pagar por haber tolerado y solapado tantos años de corrupción. Es el costo social que debemos cubrir por haber dado la espalda al actuar íntegro y honesto, y dar por válido el pernicioso proverbio del que “no tranza no avanza”. Lo que nos está sucediendo es la materialización de una lección ética; así, sin abstracciones, sin rollos, como de verdad es la ética. ¿Acaso hay algo de abstracto o metafórico en el hecho de que, como dijo López Obrador, “no podemos utilizar los ductos porque existen redes que se crearon para extraer, para robarse la gasolina, redes alternas”? ¿Dónde está el rollo teórico de esta lección ética?
     
    Actuar por la vía de la corrección moral nunca ha sido fácil, ni lo será. Caminar por el deber ser no es sencillo, porque siempre hay rutas más cortas y agradables. En ese sentido, queda claro que Andrés Manuel no está buscando popularidad, ni sumar nuevos votos a su Partido, sino actuar de manera congruente, sostenerse en esa serie de principios que, de haberse defendido y vivido en otros sexenios, hoy no nos tendrían chapoteando en nuestra propia crapulencia.
     
    Creo que se equivocan aquellos que ven en la búsqueda de la regeneración moral de nuestras instituciones el fracaso de un proyecto social y político, porque en esa hiel y bilis derramada, se proyecta el reflejo del individualismo y poco sentido de comunidad.
     
    Ninguna rehabilitación puede ser indolora. La cruda del alcohólico, el drogadicto, la ansiedad del comedor o jugador compulsivo siempre son cuesta arriba y sin garantía plena. Por eso resulta difícil dejar de considerar como comprensible y necesario el llamado del Presidente a “resistir todas las presiones”, porque es desde la resistencia donde se fragua la vida ética de las personas concretas y los pueblos.
     
    Por todo esto, pienso, hoy tenemos que apechugar el costo de nuestra añeja y mexicanísima indolencia y apatía. Lo digo como eticista, no como un miope entusiasta de los excesos presidenciales.
     
     

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