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"OPINIÓN"

"Periodismo mercenario y la universidad-partido  "

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    Mis últimos artículos sobre la Universidad-Partido han provocado una nueva edición de reacciones interpósitas, agresivas y difamatorias contra mi persona y mi trabajo periodístico, y todavía más, intolerancia a mis reflexiones sobre el secuestro de la máxima casa de estudios de los sinaloenses.

    No son los voceros institucionales de la UAS ni del PAS los que responden, sino plumíferos externos a sueldo, de esos que la literatura especializada denomina “periodismo canalla”.

    Esa especie de personajes oscuros que les queda grande el título de periodistas. Tecleadores pagados que sudan humores ajenos y despiden inmediatamente el olor de quiénes les paga. Y es que tratan con sus acciones de baja estofa, proteger a gente que teme perder lo obtenido con buenas o malas artes, pero lo hacen mal, les falta oficio, preparación, inteligencia. Y son peores los aprendices que no pueden estructurar una idea coherente.

    “Estás conmigo o estás en contra de mí”, es a la máxima que responden, la que divide el mundo entre leales y desleales, sumisos e irreverentes; blanco o negro. No hay espacios intermedios ni claroscuros que permitan la duda. Responden a los intereses de quienes aspiran tener todo bajo control, por eso a los que se salen de la sinfonía les avientan lodo buscando el repudio interpósito.

    Realizan, pues, la triste tarea del periodista mercenario que perfila Riszard Kapuscinski, en esa pequeña obra sustantiva que lleva por título: “Los cínicos no sirven para este oficio”. Y es que el periodista mercenario no tiene escrúpulos ni límites morales, no se le da la ética. Se vende al mejor postor y está dispuesto de hacer su trabajo en “forma profesional”, como escribiría fallidamente uno de ellos. Luego, entonces, el que escribe y quien paga no pueden ser buenas personas. Les interesa solo lo suyo y lo demás que se vaya al carajo.

    Por eso aquel va al mercado y compra kits de infamia. Siempre estará dispuesto a comprar voluntades. O sea, es un asunto de dos. Una vez convenido el precio, se activa el dispositivo para la realización de la ganancia. Se trata de hacer el trabajo sucio buscando todo lo que pueda representar un déficit del objetivo, y si no hay, entonces hay que crearlo mediante el sistema de medias verdades. O mentiras a medias o completas.

    No se trata de ser muy inteligente, sino no tener ciertas habilidades y ningún escrúpulo o prurito ético. Alguien tiene que pagar la buena vida y los trajes que les da la imagen de periodistas, aun cuando sean gentuza. Luego la chamba es básica, como lo recomendaría Joseph Gobbels, el ministro de propaganda nazi. “Miente, miente, que al final algo quedará... ...cuanto más grande sea una mentira, más gente lo creerá...”.

    Pero no es en automático, para lograr el objetivo es necesario tener credibilidad y un buen medio de comunicación. Dirán ellos, no es necesario, basta un pasquín. De esos que se obsequian en oficinas públicas, en los pasillos de la Universidad, en las direcciones de los leales, donde los que lo leen lo hacen con el morbo de saber “a quién le cayeron ahora”, no para organizarse. Por eso ni ellos están convencidos de la eficacia del instrumento.

    Ahora, bien, el periodista mercenario necesita otorgar poderes al crítico, pues le sirve para cobrar más caro. Y es que nadie se activa con alguien que en su imaginario no influye, sino porque influye, se activa, se combaten sus razones.

    Entonces, el periodista mercenario acusa de los peores males a su objetivo: “Quiere provocar la destrucción de la Universidad pública”, “estar aliado con el futuro gobernador priista”, es “gente de Millán o Aguilar”, y hasta podría ser “culpable de la derrota de Hillary Clinton”. No hay límite al exceso. El exceso es su mercancía, pero también su mayor debilidad.

    Bien lo dice Leonardo Sai, el periodismo mercenario vive en la confusión permanente: “Confunde prudencia y paciencia en el análisis con neutralidad, objetividad con conciencia inmediata, arbitrariedad con subjetividad, redundancia con honestidad intelectual, militancia con neurosis obsesiva”. O sea, estos mercenarios viven atolondrados entre su actividad deshonesta y la mala conciencia, y es que sudar humores ajenos es bañarse en la inmundicia, entre las heces de los que pagan.

    Sai, además, los fulmina cuando afirma: “La preocupación del periodista mercenario pasa menos por la radicalidad política, el compromiso, ni siquiera una reforma: Su preocupación, nervio, es el ser policía. La policía no es solo una institución estatal, es un modo de ser del deseo, una forma de ser con los otros, un existir: ¿Qué está haciendo? ¿Qué está diciendo? ¿Qué está publicando? Policía de la opinión pública, policía del oficialismo, policía de oposición: La sociedad queda investida de un delirio paranoico”: Vamos, ¡Nosotros o Ernesto!

    Finalmente, la prestación del servicio mercenario busca tener “control de la certeza, que no es otra cosa que una falsa conciencia que identifica propaganda con legitimidad”. La legitimidad, recordemos, es siempre percepción, y en ese caso busca la de su patrón socavando la del analista que es respetado por sus opiniones. Pero las cuentas no salen, están las 472 veces que fue compartida la última colaboración y las más decenas de mensajes solidarios de dentro y fuera del País. Ya les falló con Arturo Santamaría.

    Entonces, quien paga lo único que refleja es inseguridad y prepotencia, porque va contra quien solo tiene el poder de la palabra, el argumento, la razón. Que es mucho.

    Más cuando los mercenarios prestan sus servicios a quien gobierna una Universidad y un partido, cuando en ellos per se deben florecer los argumentos sólidos, las ideas, la razón y la ética, habla de debilidad, vacío, falta de convicción, ante el poder de la palabra oral o escrita. Acaso Gramsci no habló del partido como “intelectual colectivo”.

    Finalmente, el periodismo mercenario solo es inteligible en la debilidad de quien lo contrata. En el servicio infame que presta a quien aspira al pensamiento único, al mundo de vasallos y súbditos. Ese mundo orwelliano que no tiene futuro mientras exista la raza humana.

    Sin embargo, en ese intento fallido buscan afanosamente incubar el “huevo de la serpiente” en las mejores mentes, las universitarias y los políticos de buena fe, el pensamiento totalitario, la irracionalidad y acabar con los sueños de mucha gente.

    Y que esto suceda en una Universidad con gran tradición libertaria, suena a ironía y sacude el sueño eterno de sus muertos más ilustres. ¿Entendieron de qué se trata su negocio?

    PD. Aprovecho para agradecer todas las manifestaciones de apoyo y pronunciamientos contra el secuestro de la UAS.

     

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