Estaba por cumplir los 23 años cuando me enfrenté por primera vez a ese público. Un tío muy querido (y al que le debo dedicarme a la educación) me dijo: “Ponte muy abusado porque esos son los profes más bravos de todo el Estado. De Obregón para abajo son muy peleoneros, pero son más los de Navojoa y Etchojoa; ahí hay profes de la coordinadora. Basta con que les aburra el rollo para que les paren el curso. No se les vaya a ocurrir decir que al secretario y las mesas técnicas les gustó el curso, porque va a comenzar la grilla y los van a dejar con la palabra en la boca”.
Tieso como un palo y los ojos de plato, reviré: “¿Si se enganchan con el rollo, entonces sí nos dejarán terminar?”. “Sí, pero el rollo no debe ser puro rollo -advirtió mi tío-; te vas a topar con profes bien formados. Son muy grillos, pero no son brutos ni huevones. Algunos apenas terminaron de estudiar en El Quinto y luego se vinieron a la UNISON para estudiar otra carrera; otros se fueron a la UNAM. No son los profes que tú te imaginas, porque así los pintan en la Secretaría de Educación. Son grillos porque se les mueve el ratón, no creas que exigen pendejadas a la Secretaría. Como te digo, pónganse muy abusados, porque el curso está muy largo, y los profes no estamos impuestos a estar tanto tiempo encerrados escuchando a unos chamacos dándonos clase. ¡Nosotros somos quienes damos la clase! No se te olvide, los profes somos los peores alumnos”.
Tras esa visita, toda la semana tuve pesadillas. Soñé tontería y media. Vi escenas donde poco a poco maestras y maestros se levantaban de la mesa y salían del aula dando un portazo, los vi burlándose de mí, de los objetivos y la manera en que abordábamos el contenido del curso. Incluso un día soñé que paraban nuestra exposición, nos sacaban a empujones del aula y nos amarraban a un árbol, para luego exigir al Secretario de Educación la apertura de las plazas pendientes. Sin conocerlos, los imaginé y pensé como monstruos.
Llegó el día y terminada la exposición del primer módulo me relajé. Me di cuenta que los monstruos no eran tales y que, como bien decía mi tío, eran exigentes porque sabían de educación. No estaban dispuestos a perder su tiempo. En la medida que fueron transcurriendo los días y discusiones fui descubriendo que tenían voz propia (algunos, ciertamente, muy ideologizados, pero, ¿quién no lo está?), estaban muy hartos de tantas promesas incumplidas y eran incansables al momento de exigir condiciones laborales dignas. Dado que nuestro afán era “instruirles” en una metodología para formar en valores, los contenidos y dinámicas grupales se prestaban para tener en el aula ese tipo de discusiones.
Recuerdo perfectamente el final de una de ellas. En dos horas hice un recorrido por la antropología filosófica de occidente. Y aunque mi calistenia conceptual supuso un enorme esfuerzo mental para mí, era imposible tapar el sol con un dedo. Era absolutamente absurdo intentar resumir esta parte de la historia del pensamiento en tan breve tiempo.
Tras indicar que era el momento de tomar un descanso, un profe que pasó junto a mí dijo: “Buen intento”, dándome un par de palmaditas en la espalda. Inmediatamente lo alcancé para pedirle que me aclarara si la palmadita era una burla, un consuelo o reconocimiento. “Lo último, es lo último. Hiciste un buen intento”. No supe qué contestar. Con la risa congelada, me limité a pedirle que en cualquiera de los recesos nos tomáramos un café para conversar. “No te preocupes, muchacho, estuviste bien, fue un buen intento, no podías hacer más”.
Me dejó trabado y presto para cazarlo durante el siguiente receso. Me sacó la vuelta todo lo que pudo. Al otro día cuando estaba por servirse un café, le devolví la palmadita y pedí me clarificara el punto. “¡Sigues con lo mismo! ¡Qué enfadoso eres! ¡Fue un buen intento! ¡No te lo dije en mal plan! De hecho no te equivocaste en lo que dijiste; estaba esperando que te confundieras en alguna fecha o las citas que recitaste de memoria, porque hubo momentos en que recitaste pedazos de libros para apantallarnos. ¡Más que erudición era soberbia! ¿Crees que puedes responder qué es el hombre en dos horas? ¡No me chingues! Yo doy clases de estos temas en la uni, ¡y todo el semestre se me va en ver a Platón! Hiciste lo que pudiste. Es más, estuviste entretenido, se te nota que te gusta dar clases”.
Me desnudó, pero no me hizo sentir avergonzado, porque tenía razón. Lo que hice fue una revisión superficial de una discusión que sigue sin concluir. Hasta cierto punto aliviado, le pregunté: “¿Por qué no te has salido del curso? ¿Cómo nos has aguantado, si ya te sabes todo esto?” Le dio un sorbito ruidoso a su café, esbozó una sonrisita burlona y me dijo: “Doy clases de filosofía, pero no conozco las metodologías que ustedes manejan. Me está gustando el curso, créeme que si no me hubiera gustado, o a los de mi mesa, el primer día les hubiéramos dado una revolcada y luego nos hubiéramos ido. No se te olvide que perro no come perro, pero profe sí come profe. Esa es una máxima filosófica que nunca se te debe olvidar”, soltando una carcajada que dejó al descubierto una dentadura muy maltratada por tanto cigarro y café.
A los días supe que era uno de los miembros más notables de la coordinadora en Sonora. La última vez que lo vi fue en una casa de campaña instalada frente al Palacio de Gobierno de Sonora, donde él y otros dos colegas suyos (que también estuvieron en nuestro curso), mantenían una huelga de hambre. Nos saludamos con gusto, nos deseamos suerte y jamás lo volví a ver.
Las generalizaciones siempre resultan riesgosas. Es falaz afirmar que todos los profes de la coordinadora son grillos, perezosos o ineptos. Como también es una falacia aseverar que la coordinadora siempre le ha hecho el caldo gordo al Presidente. El viernes lo dejó muy claro. Los profes que impidieron el paso al Presidente, lo hicieron porque saben que pueden hacerlo, y porque un profe, tal como dice la máxima, además de profes, cuando es necesario puede comer presidentes.
Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: En caso de que los tenga, ¿ya armó la estrategia para que sus hijos/as regresen a clases? ¿Tiene pensado un “plan B o C” si se contagian?