Aunque quisiéramos, no podemos sustraernos de la problemática por la que atraviesa nuestra Alma Mater, por convicción y como parte intrínseca del gremio, sólo puedo reconocer como ejemplar la lucha de los jubilados contra la pretendida “reingeniería” de la UAS promovida desde Rectoría, una verdadera faramalla para hacer pagar justos por pecadores. Y es que, después de dos décadas de malos manejos de las finanzas, dispendios y hasta desvíos probados, la “solución” que se le ocurre a la Administración es... ¡violar el contrato colectivo de trabajo! y mermar el salario de jubilados y activos.
De por sí, los salarios y prestaciones de la UAS, desde que cierto partido se apoderó de la administración, han sido los más bajos, si se compara con las otras grandes Universidades del Noroeste, llámese la UNISON de Sonora y la UABC de Baja California. Aquí fue práctica común, por parte de la administración, no pagar las cuotas correctas del IMSS, conforme los salarios reales, siempre se pagó lo mínimo, dañando a la hora del justo retiro las pensiones percibidas. Así es que no vengan, como hace el actual Rector, con ese cuento discriminatorio de que “los jubilados no aportan y sólo son un gasto”.
Si hay un sector en la Universidad que ha aportado sacrificios materiales y consagrado su vida a educar a la juventud sinaloense han sido los jubilados. Y esto lo reconoce la sociedad, es común que antiguos estudiantes encuentren, en el ajetreo de la vida cotidiana, a sus ex profesores en algún sitio de la ciudad y lo saluden con cariño y respeto, remontando pronto las pláticas a lo mucho que recibieron como conocimiento y preparación para los avatares de la vida por parte de sus maestros. El pueblo jamás olvida ni desdeña a sus educadores.
La administración debería comenzar su “reingeniería” recortando sus privilegios, primero bajarse sus altísimos salarios y recortar su rechoncha nómina de empleados de confianza, donde sobresalen primos, tíos, hijos, compadres y párele de contar... Y no violar el contrato de trabajo, duplicando e invadiendo materia de trabajo, al contratar empleados de confianza hasta para limpiar los baños -como admitió hacerlo el propio Madueña-. Segundo, y es un clamor social: la administración tiene que transparentar las finanzas de la Universidad, someterse a auditorías de todo tipo y rendir públicos informes detallados de sus ingresos y egresos y no ocultar información.
La SEP ha orientado, sin ser escuchada aún por parte de la administración, que el manejo financiero debe ser correcto y que lo que, como subsidios, otorgan los gobiernos tanto federal como estatal, se utilicen para las labores sustantivas, que son la educación, la investigación y la difusión cultural, que lo que se etiqueta para “estímulo al desempeño académico” o “infraestructura, como bibliotecas y laboratorios” o “pago de primas vacacionales y prestaciones” no se desvíe en supuestos gastos de otros rubros, y menos, porque ese sí es un agravio de lesa Universidad, para fortalecer un partido político, que desgraciadamente ha distorsionado lo que debe ser una verdadera convivencia democrática en la Universidad.
La descomposición ha llegado al extremo de suprimir la libertad de los estudiantes a manifestarse sobre los problemas de sus escuelas. En días recientes, se presentó un penoso caso en Ciudad Universitaria, donde unos vigilantes les quitaron a los estudiantes un aparato de sonido, impidiéndoles que expresaran abiertamente su repudio por el aumento de cuotas y la restricción a usar las instalaciones de sus planteles. Esto es el colmo y un botón de muestra de la falta de democracia y libertad que priva en todo el campus de la otrora orgullosa Universidad democrática.
Uno de los principios que deben permanecer intocables en el Campus Universitario es la libertad de opinión de su comunidad estudiantil y docente. La libre manifestación de las ideas, la libertad de cátedra, la libertad de elegir y ser elegido deben ser intocables y ejercerse sin cortapisas, ya que son pilares de toda Universidad verdadera.
Lo hemos enfatizado siempre: los trabajadores tienen un sentido lógico cuando defienden sus legítimos derechos, son muy certeros en sus planteamientos, no se equivocan, tienen el conocimiento y la experiencia que les da la vida.