En economía, se habla con frecuencia de políticas contracíclicas. Buscamos una definición y encontramos que se trata de “aquellas políticas, acciones o variables que se oponen a las tendencias naturales de un ciclo económico para suavizar sus fluctuaciones, buscando estabilizar la economía”. Propongo aplicar la misma lógica a la política de seguridad.
Desde el sexenio de Calderón, la política federal de seguridad se repite en un ciclo predecible de tres etapas que se superponen parcialmente:
- Etapa 1 (años 1 a 3): aplausos.
- Etapa 2 (años 3 y 4): dudas crecientes.
- Etapa 3 (años 4 a 6): decepción.
Así como en economía se plantea romper el ciclo para estabilizar, en seguridad proponemos romperlo para reconstruir.
El problema es que, a diferencia de la economía, en seguridad casi no hemos aprendido a hacerlo. Los costos son monumentales y -aunque suene increíble- en buena medida previsibles. Veamos con más detalle.
La primera etapa del ciclo es, paradójicamente, la más dañina. El problema no es el aplauso en sí, sino el aplauso automático, sostenido no por resultados comprobados sino por propaganda que fabrica lealtades. Al inicio de cada sexenio se produce una conexión poderosa entre el discurso triunfalista y el anhelo social de que ahora sí todo mejore. En ese ambiente, cuestionar los “éxitos” oficiales queda prácticamente fuera de la conversación pública, salvo cuando algún evento escandaloso provoca una duda fugaz.
Hacia la mitad del sexenio se abre la etapa de las dudas crecientes. El discurso del éxito ya no alcanza frente a las violencias crónicas que cualquiera puede ver, sumadas a los datos publicados periódicamente por fuentes oficiales (Inegi) e independientes (academia, sociedad civil, periodismo), que exhiben la profundidad de la crisis. Entonces comienzan a llegar las preguntas de quienes antes afirmaban que “todo iba mejor”, no porque lo hubieran verificado, sino porque habían decidido creerlo. En ese momento se observa un fenómeno interesante: la narrativa triunfalista no disminuye en las vocerías oficiales, sino en los actores mediáticos y aliados informales del gobierno, que empiezan a retraerse.
En la etapa final del sexenio reaparece otro comportamiento recurrente: quienes al principio se dedicaron a blindar al Gobierno de cualquier crítica -lo mismo con Calderón, Peña o López Obrador- se convierten en los primeros en preguntar: ¿qué pasó?.
El ciclo es idéntico en lo esencial: el aplauso inicial neutraliza la deliberación y, sobre todo, impide la comprobación rigurosa de los supuestos logros. Y cuando finalmente la evidencia de la violencia, la impunidad y la ineficacia institucional es inocultable -reflejada en los datos sobre victimización, subdenuncia y el colapso de las fiscalías documentado por el INEGI-, los gobiernos no abren la puerta a la revisión. Hacen lo contrario: se cierran y se endurecen.
Hoy estamos nuevamente en tiempos de aplauso. Se nos dice, otra vez, que hay que esperar los resultados antes de cuestionar. Proponemos lo contrario: cuestionar desde el inicio para evitar repetir el final conocido.
Una verdadera política contracíclica en seguridad implicaría reemplazar el aplauso por decisiones de Estado que instauren mecanismos de comprobación desde adentro y desde afuera del aparato de seguridad, aprovechando precisamente el momento en que se diseña y echa a andar la maquinaria sexenal.