El retiro de las muelas del juicio es un ritual para la mayoría de la juventud contemporánea; sin embargo, nuestros problemas dentales no son normales en el reino animal. Fuera de los humanos, ninguna especie animal vertebrada posee caries, dientes chuecos, o gingivitis.
Los problemas ortodóncicos se encuentran a niveles epidémicos. Nueve de cada diez personas tienen dientes desalineados y el 75 por ciento de nosotros tenemos muelas del juicio que no tienen espacio suficiente para emerger apropiadamente. Simplemente, nuestros dientes no caben en nuestras quijadas.
La dentadura de los humanos modernos es una contradicción. Los dientes son las piezas más duras de nuestro cuerpo, pero también son increíblemente frágiles. Aunque los dientes pueden durar millones de años como fósiles, éstos parecen no durar una vida dentro de nuestras bocas.
Los dientes permitieron a nuestros ancestros dominar el mundo orgánico (alimenticio), y hoy en día requieren de constante cuidado para ser mantenidos.
Esta contradicción es relativamente nueva y está limitada a la población humana post-industrial. Asimismo, es explicada por una discrepancia entre nuestras dietas contemporáneas y la forma en que nuestros dientes y mandíbula han evolucionado.
Los dientes tuvieron un rol trascendental en la evolución de los mamíferos al promover la endotermia (animales de sangre caliente, que generan su propia temperatura). Generar nuestra propia temperatura posee muchas ventajas, tal como permitir vivir en climas fríos y lugares con cambios constantes de temperatura, viajar largas distancias y tener más resistencia para recolectar alimento, mantener depredadores a distancia y cuidar a las crías. No obstante, la endotermia tuvo un costo: los mamíferos consumimos 10 veces más energía en reposo que los exotermos (organismos que regulan su temperatura con el ambiente; reptiles).
El precio de mantener esta demanda energética recayó sobre nuestros dientes. Nos vimos en la necesidad de extraer el mayor número de calorías de nuestros alimentos con cada bocado. Para poder lograr eso, se debe de poder masticar. Los dientes guían y disipan las fuerzas generadas por los movimientos de masticación. Para que los dientes funcionen adecuadamente durante la masticación, las superficies opuestas (dientes superiores e inferiores) deben de estar alineadas perfectamente.
Nuestros dientes evolucionaron para triturar alimentos rudimentarios, es decir, nuestros ancestros masticaban alimentos crudos y difíciles de fragmentar. Las piezas dentales humanas están pre-programadas para ajustarse a una mandíbula que está siendo sometida a un estrés mecánico durante nuestra infancia. Por esta razón, si la mandíbula no recibe dicho estímulo durante el desarrollo, los dientes se amontonan en el frente y se impactan en el fondo.
Esto puede corroborarse al comparar las dentaduras de sociedades aborígenes con las dentaduras de sociedades “modernas”. A diferencia de las dentaduras de las sociedades urbanas, los dientes de los aborígenes usualmente tienen arcos dentales perfectos, con muelas del juicio completamente emergidas y funcionales.
Nuestros dientes evolucionaron para desintegrar alimentos duros, y nuestra dieta blanda fácil de masticar ha ocasionado un desbalance entre el tamaño de nuestros dientes y nuestra quijada.
Para que nuestros peques tengan una dentadura más alineada (y una mejor salud) en la vida adulta, debemos de promover una dieta rica en fibra, con más verduras y menos alimentos procesados.
