Podría pensarse que por ser México unos de los países católicos más importantes del mundo, tanto por su número de feligreses como por haber creado con la Virgen de Guadalupe uno de los símbolos más relevantes del catolicismo mundial, la Presidenta Claudia Sheinbaum no podía dejar de ir a la despedida definitiva del Papa Francisco. Incluso por razones estrictamente políticas, como el hecho de asistir a unas exequias en las que van a estar presentes varios de los principales líderes del mundo- incluyendo, en primer lugar, Donald Trump- y donde normalmente se establecen citas entre ellos, la doctora Sheinbaum se veía obligada a asistir, pero no lo hizo.
También era la oportunidad para refrendar la imagen que se tiene de ella como una de las líderes políticas más importantes del mundo contemporáneo y, al mismo tiempo, era un momento idóneo para insistir que, al igual que el Papa Francisco, la preocupación primera de ella y su gobierno, son los pobres, sobre todo en un contexto donde la derecha pro oligárquica se alinea y avanza en el planeta alrededor de Donald Trump. No lo hizo y perdió un espacio y oportunidad envidiables para demostrar el pesar de millones de mexicanos por un líder religioso que supo dar una digna e inteligente batalla por causas progresistas -muchas de ellas reivindicadas por Morena- en una de las instituciones más conservadoras del mundo.
Algunos comentaristas de los medios periodísticos mexicanos tradicionales han dicho que su origen judío pudo haber influido en ella para no asistir a los funerales de Francisco, lo cual, permítanme decirlo, es una tontería. Claudia Sheinbaum proviene de abuelos inmigrantes semitas que se establecieron en México en los años 30 del siglo anterior, pero ella ha profesado un pleno laicismo y ser respetuosa de cualquier creencia religiosa. Incluso, muchos recordarán, que ella, en plena campaña electoral para la Presidencia, visitó al Papa en El Vaticano y le manifestó su pleno respeto, mismo que ha reiterado esta misma semana, sobre todo cuando mostró el día de ayer en la mañanera un video inédito donde Francisco muestra su admiración por el guadalupismo y la cultura mexicana.
Sí, fue un error político lamentable el de la Presidenta no ir a Roma, pero es un misterio saber porque lo cometió. Aunque seguramente no faltarán los que digan que López Obrador, el cual, es cierto, eludía los encuentros políticos fuera de México, se lo ordenó.
Claudia Sheinbaum no tiene el suficiente peso político, a pesar del tamaño del catolicismo mexicano, como para haber cabildeado con los cardenales de nuestro País una postura pastoral preferencial por los pobres en el Cónclave que elegirá al nuevo Papa, como sí la tiene Donald Trump en sentido contrario, donde se ha dicho que el hombre naranja ha hablado con los cardenales estadounidenses abiertamente conservadores para buscar elegir a una Pontífice contrario al rumbo que le dio Francisco a su papado y que beneficie a la ola derechista que se ha reproducido en varias partes del mundo. Aún así, la Presidenta mexicana debería haber hablado en El Vaticano de la preferencia por los pobres en un momento de intensa lucha ideológica y política en el seno de la Iglesia católica para, al menos, dar un respaldo simbólico a los cardenales que desean nombrar a un nuevo líder que siga los pasos de Francisco.
Mientras eso sucede en Roma, en México continúa la incertidumbre sobre el futuro económico y no mejora gran cosa la percepción de inseguridad, a la vez que se duda de una asistencia copiosa para elegir a los nuevos funcionarios del Poder Judicial, aunque la popularidad de la doctora Sheinbaum no disminuye, y los mexicanos día con día luchan por sacar adelante al País.
Es lamentable que en ciertos círculos políticos y periodísticos de Sinaloa, e incluso en algunos empresariales, siempre resalten los hoyos negros, las insuficiencias y las carencias de los esfuerzos empresariales, gubernamentales y de la ciudadanía de a pie por sacar adelante las actividades económicas del estado en una situación de crisis de inseguridad. Por ejemplo, fue notable la decisión de los culichis por revivir las actividades turísticas en Altata y el notable afán de los mazatlecos por atraer más turismo al puerto, lo cual se logró en gran medida, pero a los grupos de personas mencionados les interesó más destacar lo que no se logró que los buenos resultados.
Para ellos no es suficiente el valor que mostraron los habitantes de Culiacán y sus alrededores para desafiar los riesgos de la violencia y volver a reapropiarse de las playas de Altata, como tampoco fue loable que empresarios turísticos, autoridades y los habitantes comunes de Mazatlán hicieran sentir a los visitantes como en su casa cuando la imagen que propagan los medios a nivel nacional es de una Sinaloa en llamas.
Deberíamos resaltar más, lo contrario: a pesar de una situación crítica de inseguridad y de incertidumbre económica, los sinaloenses hemos sido capaces de enfrentar valiente y dignamente esa situación y mantener al estado en pie.
¿O no es cierto?