Por qué resistencias indígenas

Alejandro De la Garza
    Contra su multitudinaria presencia, riqueza lingüística y diversidad cultural, las personas indígenas son las más discriminadas de la ciudad. Por ser pobres, por su forma de vestir y por el color de su piel, padecen insultos, burlas, rechazo, amenazas y la negación de sus derechos.

    El sino del escorpión (“In ohtli colōtl”, en lengua nāhua), ha atestiguado durante años la discriminación hacia la población indígena y los pueblos originarios en México. La apropiación de sus territorios, el saqueo de sus recursos, la marginación de comunidades y etnias, el expolio de estos grupos de población, además del desprecio a sus saberes, culturas y al color de su piel, son parte de la historia negra de nuestro país.

    Esta narrativa se inició con la Conquista y se enraizó a lo largo de los tres siglos de coloniaje español; continuó aún después de la Independencia y la abolición de la esclavitud, para persistir durante el violento Siglo 19 (Juárez masacró yaquis antes de la llegada de Díaz). Los confrontados gobiernos posrevolucionarios del Siglo 20 impusieron luego una visión de los indígenas como “ajenos”, esos “otros” a quienes debía integrarse por fuerza. Ya con el arribo de los neoliberales al poder, el saqueo de los recursos comunitarios se normalizó y legalizó. Aún contra los neozapatistas, cuyo reclamo llevó la problemática indígena al centro de la conciencia nacional, persisten hoy, por un lado, la marginación y la discriminación y, por otro, una guerra global por los recursos naturales (agua, tierras, bosques, minerales) de pueblos originarios y comunidades indígenas.

    De los iniciales empeños por exterminar a estos “bárbaros” -considerados una “raza inferior” carente de alma-, a su utilización como esclavos y mano de obra, y de ahí a la política de “occidentalizarlos” o integrarlos al “desarrollo” mediante la estrategia de diluir e invisibilizar su presencia, los gobiernos (acaso con excepciones) exaltaron sus saberes y prácticas tradicionales en las vitrinas de los museos, mientras en la realidad intentaban borrarlos de la vida nacional y de la vida diaria de todos.

    Pero han resistido, insiste el alacrán, y están ante nuestros ojos todo el tiempo en una constelación de organizaciones, colectivos y asociaciones comunitarias en batalla diaria por sus derechos. El caso de la Ciudad de México es llamativo y puede extrapolarse a todo el país, con sus matices y excepciones locales. Según datos del Inegi-2020, en la capital habitan casi un millón de personas identificadas de alguna u otra manera como indígenas: 289 mil 139 en hogares indígenas y 802 mil 788 en medio centenar de resistentes pueblos originarios de la capital urbana, moderna y cosmopolita.

    Esta población indígena y de pueblos originarios de nuestra ciudad habla 55 de las 68 lenguas indígenas. Nuestra urbe es plurilingüe y parla náhuatl (40 mil personas), mazateco (casi 15 mil), mixteco (alrededor de 14 mil) y otomí (12 mil hablantes). Persisten también, cada una con entre mil y dos mil hablantes, las lenguas tlapaneco, tarasco, maya y trique; e incluso, con menos de una decena de hablantes, se escuchan en las calles citadinas las voces en kickapoo, tepehuano, kilwa o seri.

    Esta población indígena y de barrios originarios se distribuye por la capital. La alcaldía Iztapalapa tiene 163 mil habitantes auto adscritos como indígenas. En números redondos, le siguen las alcaldías Gustavo A. Madero (109 mil), Tlalpan (65 mil), Álvaro Obregón (60 mil), Cuauhtémoc (59 mil), Xochimilco (58 mil) y Milpa Alta (43 mil). Con más de 30 mil habitantes indígenas cada una figuran luego las alcaldías Coyoacán, Iztacalco, Azcapotzalco, Tláhuac, Venustiano Carranza y Benito Juárez, y con la menor proporción figura la alcaldía Cuajimalpa (12 mil). Además, en la Ciudad de México hay más de 50 pueblos y barrios reconocidos como originarios; de ellos, Xochimilco, Milpa Alta y Tlalpan concentran el mayor número.

    Contra su multitudinaria presencia, riqueza lingüística y diversidad cultural, las personas indígenas son las más discriminadas de la ciudad. Por ser pobres, por su forma de vestir y por el color de su piel, padecen insultos, burlas, rechazo, amenazas y la negación de sus derechos. La discriminación anula o rezaga sus posibilidades de empleo, educación, justicia y servicios de salud, es particular entre mujeres y niños. Esta población indígena ocupa el primer lugar entre los grupos más discriminados, indica la Encuesta sobre Discriminación en la Ciudad de México 2017.

    La discriminación y el racismo en nuestra ciudad hoy se visibilizan y denuncian con mayor fuerza y más clara conciencia, pero la garantía y protección de los derechos de esta población indígena se institucionalizó con la creación, en diciembre de 2018, de la Secretaría de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes, y luego, destacadamente, con la promulgación en diciembre de 2019 -tras 15 años de intentos- de la Ley de derechos de los pueblos y barrios originarios y comunidades indígenas residentes de la Ciudad de México, una iniciativa legal de avanzada y alineada con las legislaciones internacionales de Naciones Unidas, la OIT y la Unesco.

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