Un día en la playa es agotador. Aún después de pasar horas desparramado en la arena sin hacer nada, uno llega a preguntarse “¿por qué estoy tan cansado?”.
A pesar de que uno se encuentra disfrutando de la vida, resulta que cuando uno se encuentra constantemente expuesto al sol, nuestro cuerpo se encuentra trabajando a toda máquina para protegerse del calor, la deshidratación, y el daño ocasionado por los rayos UV, dejándonos aún más exhaustos que antes de que nos pusiéramos a relajarnos bajo el sol.
El cuerpo humano es muy eficiente en mantener nuestra temperatura a 36.5 grados Celsius, no obstante, mantener la temperatura interna del cuerpo (termorregulación) es un trabajo muy demandante.
En la mayoría de los casos, una siesta por la tarde es suficiente para recuperar la energía utilizada. Sin embargo, en situaciones más serias, si el cuerpo se sobrecalienta demasiado, uno puede sufrir cambios conductuales, aumento del pulso cardiaco, sudoración profusa, y náuseas. Si la temperatura alcanza los 40 grados Celsius, el cuerpo puede sufrir un golpe de calor, caracterizado por pérdida de la conciencia y hasta la muerte.
Cuando estamos acalorados, nuestro cuerpo empieza a sudar para refrescarnos y perder calor por medio de la evaporación. Este mecanismo de refrigeración es muy bueno, el detalle es que sudar también aumenta la tasa metabólica y puede llevar a la deshidratación.
Aunque la deshidratación puede solucionarse fácilmente mediante la ingesta de agua, en casos más serios puede ser un riesgo para la salud. Cuando tenemos menos agua en el cuerpo, el volumen de la sangre disminuye y el corazón empieza a latir más rápido para compensar. Las altas temperaturas pueden ser una carga extra para el corazón y los pulmones.
Asimismo, cuando estamos asoleándonos, nuestros cuerpos no solo están combatiendo las altas temperaturas y la pérdida de agua, también se encuentran reparando el daño ocasionado por los rayos UV.
La luz del sol posee diferentes rangos de longitud de onda que pueden dañar las células del cuerpo. Los rayos UV pueden dañar el ADN de las células de la piel y estas alteraciones del material genético son responsables de más de la mitad de todos los cánceres de piel.
Estas células dañadas deben de ser eliminadas. Afortunadamente, nuestro sistema inmune se encuentra eliminando células cancerígenas todos los días.
Después de un día en la playa, nuestro sistema inmune incrementa el flujo sanguíneo hacia la piel para que las células dañadas sean eliminadas por las células del sistema inmune que viajan en la sangre. Por este motivo, uno queda como tomate después de asolearse y la piel se siente caliente al tacto (y con comezón).
Así como cuando uno se encuentra enfermo, una asoleada obliga al sistema inmune a estar trabajando a marcha forzada para reparar el daño hecho al cuerpo. Por tales motivos, hay que reconsiderar si un día bajo el sol es lo mejor para relajar el cuerpo.