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"Opinión"

"Prometer no empobrece"

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27/04/2018 23:35

    Joel Díaz Fonseca

    La sabiduría popular nos ha enseñado que prometer sin un compromiso real de cumplir lo que ofrecemos no nos quita nada.
     
    Desde que el hombre bajó de los árboles, las promesas han sido el gancho para conseguir lo que se quiere del prójimo, y la política ha sacado amplísimo provecho de esa táctica.
     
    Los candidatos en campaña prometen hasta las perlas de la Virgen, aunque saben que no podrán cumplir lo que ofrecen, sea porque de entrada es algo irrealizable, porque difícilmente dispondrán de los recursos necesarios para viabilizarlo, o porque saben que el propio sistema no los dejará hacerlo.
     
    La inveterada costumbre de los políticos de hacer compromisos irrealizables ha dado pie para la manufactura de numerosos chistes.
     
    Desde el del candidato que prometió a los asistentes al mitin ponerles un río luego de que le reclamaron por qué les prometía un puente si ni río tenían, hasta el del aspirante a Gobernador que ordenó a sus guaruras que retiraran al impertinente que a cada promesa suya repetía: “igual que el año pasado”. Cuando los gorilas lo sacaban en vilo del mitin, masculló: “igual que el año pasado”.
     
    Lo que estamos viendo en estas campañas supera con creces las promesas irrealizables de que dan cuenta los chistes y el sarcasmo popular.
     
    Un candidato presidencial ha prometido cortarle una mano a los servidores públicos ladrones, otro promete amnistía total a los delincuentes y congelar el precio de las gasolinas tres años, uno más dice que construirá al menos 100 universidades de excelencia durante su mandato.
     
    Alguien más dice que subirá el salario mínimo a 197 pesos, en tanto que otro se compromete a darle autonomía plena al Ministerio Público, y recuperar lo robado para regresarlo a la sociedad como becas.
     
    Todas esas promesas, todos esos compromisos son absurdos e irrealizables, son simples “ganchos” para atrapar a los votantes. Y, ojo, ante el desencanto ciudadano por los excesos y atropellos de los gobernantes, sobre todo en estos seis años, es fácil que grandes segmentos de la población caigan en el garlito.
     
    Pero los absurdos y las incongruencias no paran ahí. En las campañas políticas en provincia también se cuecen y hasta se tuestan habas.
     
    En estos días ha circulado en internet, y la prensa ha dado cuenta de ello, el spot de una candidata independiente a Diputada federal de Nuevo León, prometiendo bajar el precio de la cerveza, con el argumento de que no es justo que las ambarinas sean más caras en el lugar en que se fabrican.
     
    “Es justo que toda la raza el fin de semana, después de andar cansados en el trabajo, disfruten de una cervecita y que les alcance el dinero para ello”, se le oye decir en el spot, en el que remata con un “¡Salud raza!”.
     
    Un ocurrente cibernauta bautizó a la candidata como la “dipuchela”, por su propuesta de que, una vez en la Cámara de Diputados, gestionará que baje el precio de la cerveza.
     
    Una promesa de ese tipo es sin duda un excelente gancho para atrapar incautos.
     
    Si no se razona bien el contenido de los mensajes propagandísticos de los candidatos, pueden llegar al Gobierno y a las cámaras personas no aptas para asumir esa responsabilidad. Tenemos que ser escépticos, tomar conciencia de que la mayor parte de todo eso que están prometiendo es solo un gancho, un anzuelo para atrapar votantes.
     
    Nuestra responsabilidad es aprender a dilucidar qué y cuánto de lo que nos prometen en sus campañas es factible de realizarse, y sobre todo analizar bien a la persona que lo está prometiendo, si realmente es digna de confianza, de manera que tengamos, si no la certeza, sí al menos una esperanza fundada de que cumplirá lo que está ofreciendo.
     
    Basta echar una mirada en retrospectiva para darnos cuenta de que prácticamente el cien por ciento de quienes han sido presidentes, gobernadores, alcaldes, legisladores, etc., han salido muchísimo más ricos que como entraron.
     
    La realidad es que el servicio público es utilizado como un vehículo para el enriquecimiento personal y familiar de quienes incursionan en él. Claro que hay excepciones, lamentablemente son escasas.
     
    Ningún político se vuelve pobre con tantas promesas absurdas e irrealizables, al contrario, buscan volverse más ricos a costa nuestra.
     
    Por ello es de vital importancia analizar bien a quiénes le daremos el voto en los próximos comicios, no centrándonos en sus promesas, sino en su capacidad para enfrentar los retos que tendrán enfrente, y si se advierte en ellos voluntad para hacer que cambien las cosas.