Que me salga buena, sin mañas...

    De todas las formas de injusticia social que aquejan al País, quizá esta sea una de las más punzantes debido a que está completamente normalizada e invisibilizada, porque la explotación laboral sucede paredes adentro de casas comunes y corrientes, en las que viven personas comunes y corrientes como usted o como yo.

    En “Las muertas”, Jorge Ibargüengoitia advertía lo siguiente: “Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”.

    Traigo a cuento el señalamiento de Ibargüengoitia, porque, salvo un matiz, aplica bastante bien a las tres historias de este día. La única diferencia es que los personajes que refiero no son imaginarios.

    Que me salga buena,
    sin mañas...

    “Pero, ¿de dónde las trae? Es que mire, a mí las de Oaxaca no me gustan, porque son, mmmm, ehhhhh, ¿cómo le explico para que me entienda bien?, ya sé, mire, son muy batallosas; apenas hablan cinco palabras en español, son medio tapaditas, hay que explicarles tres millones de veces las cosas y de repente, así, zaz, de la nada, se te aparecen con el hijo que no te habían dicho que tenían cuando las metiste a tu casa. Se lo guardan hasta el final; son muy listas para lo que les conviene. Tampoco me gustan las de Puebla. No sé. Son como apocadas, mustias, mosquitas muertas, hay que sacarles las palabras con tirabuzón. Tampoco es que me interese mucho platicar con ellas, pero de vez en cuando uno necesita hablar y desahogarse, y tener la seguridad de que sí te van a ayudar cuando las necesitas. Imagínese, la muchachita esa poblana que tuve hace tres años, ni una caja de pastillas podía cambiar en la farmacia, porque todo le daba pena. Nunca me pudo sacar de un apuro. Nunca. Cuando digo nunca es nunca. Entonces uno se pregunta: ¿y para qué la tengo? ¿Verdad? Porque una no puede dejar de preguntarse esto, después de todo el esfuerzo que uno hace para tenerla aquí en la casa. Obvio, la tengo para que me ayude, para hacerme la vida un poco más fácil, ahorrar tiempo, pero ¡nooooo!, resulta que hasta las pastillas que se tomaba, porque estaba enferma de algo, tipo epilepsia, le tenía que comprar en la farmacia. Era incapaz de preguntar bien por las dichosas pastillas. Como lo oye, ni eso sabía hacer bien. Total, no me gustan ni oaxaqueñas, ni poblanas. Lo que quiero es que me salga buena, sin mañas. Eso es lo que quiero que me garantice usted. Necesito que se comprometa y me asegure que no se va a regresar a su pueblo en una semana. Ayyy no, siempre es un problema esto. Yo la necesito discreta, que no ande de preguntona, que sea limpia, acomedida, que no sea tontina, honesta, muy honesta, porque nosotros salimos mucho de casa, y necesitamos salir con la confianza de que no se va a embolsar nada o, Dios guarde, que nos vaya a vaciar la casa. Varias amigas me han contado de las mafias que se las ingenian para meter a estas muchachas a casas bien, y las dejan limpias en dos horas; ¡hasta la vajilla se llevan! Pues, como le digo, mientras no sean de Oaxaca o Puebla, no me importa de dónde la saque, usted tráigamela, pero tráigamela ya, porque estoy a punto de volverme loca, me uuuuuurrrge . ¿Cuánto me sale ya puesta aquí en la puerta de la casa?”.

    Son un problema

    - Como lo oyes amiga, si no te pones viva, te echas un alacrán encima. Si no escoges bien, son un problema. Por suerte, mi cuñada tiene una buenísima que tiene una hermana, y esa es la que me recomendó a mí, y la verdad estoy encantada. Me funciona perfecto.

    - Pues sí que tienes suerte amiga. A mí me no me ha ido muy bien en ese tema. Cuando no es una cosa es otra, mil detallitos, que luego no se pueden resolver porque de un día para otro, te dejan y se regresan para su pueblo, se embarazan, se las roba el novio o se van con otra vecina por tres pesos más. Ay, no, ¿sabes? Son como ingratas, tipo malagradecidas. Después de todo lo que uno les da.

    - ¡Exacto! Malagradecidas y cabronas, porque saben que si se van te dejan con un problemón encima. La casa, la comida, los niños, el súper, las mil vueltas, los compromisos. No puedo sola con todo eso. ¡Qué horror!

    - Así me pasó. En la noche todo bien y al otro día, anda y vete, ¡se desapareció! Ni rastro dejó.

    - Exacto. Por eso yo las prefiero muy jovencitas y que vengan directo del pueblo, ¿sabes? Lo que pasa es que si ya tienen mucho tiempo aquí, se vuelven muy ventajosas. En cambio, cuando vienen llegando, como no tienen amigas que las mal aconsejen, se portan mucho mejor. Claro, eso mientras no agarran novio, porque ya con novio, ya valió eme.

    - Sí, ni me digas. Ayyy no, eso es oooootro pendiente. Imagínate tú toda confiada en la calle, mientras la otra metida con el novio en el cuarto. Ayyy no, ¡qué asco! Guácala. Lo bueno es que ella limpia su mugrero.

    - ¡Imagínate que se revolcara con el fulanito en tu cama! ¡Hahahahaha!

    - ¡Qué perra eres! No me digas eso porque voy a llegar tirando la sobrecama. ¡Qué asco! ¡Me imaginé la escena!

    - Bueno amiga, te dejo porque debo ir a recoger a Ricky, porque a las seis acaba el entrenamiento de americano. Mua. Te quiero.

    - ¡Yo también!

    Yo no fui

    - No fui. Yo no fui. Nunca agarraba nada, porque la señora es bien sabe como.

    - Y, ¿entonces quién crees que fue? ¿El que lava y da las vueltas en los carros?

    - No creo. A lo mejor se metió un albañil de los que están construyendo la palapa esa. No sé.

    - ¿Y uno de los hijos de la señora? El güerillo ese se ve muy cabroncito, pues.

    - No sé.

    - Pues piénsale, porque esa señora es brava. Hasta la policía te puede echar.

    - Eso es lo que me da miedo, por eso me vine contigo.

    - Pero solo te puedes quedar unos días, sin que nadie se dé cuenta. Tú dime si quieres estarte afuera dando vueltas por ahí y en la noche te metes aquí en el cuarto conmigo.

    - No, mejor me quedo escondida aquí en el cuarto, al cabo que solo entras tú. Me da miedo quedarme afuera, no vaya a ser que la señora y su marido loco ese, el que te dije que me manoseó varias veces, me anden buscando.

    Las tres historias están lejos de la ficción. Son parte del día a día de los casi dos millones de mujeres que trabajan como empleadas domésticas en México, sin tener un contrato laboral que garantice sus derechos.

    De todas las formas de injusticia social que aquejan al País, quizá esta sea una de las más punzantes debido a que está completamente normalizada e invisibilizada, porque la explotación laboral sucede paredes adentro de casas comunes y corrientes, en las que viven personas comunes y corrientes como usted o como yo.

    Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: en caso de que usted cuente con servicio doméstico en casa, ¿la persona disfruta de vacaciones pagadas? ¿Aguinaldo? ¿Contrato? ¿Seguridad social?

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