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"LA VIDA DE ACUERDO A MÍ"

"Qué mundo tan maravilloso"

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    alessandra_santamaria@hotmail.com

    @Aless_SaLo

     

    En los últimos días, dos cosas sucedieron que me hicieron perder un poquito más mi fe en la humanidad. La primera: Darío Larralde, un boxeador con aspiración de representar a México en los Juegos Olímpicos 2020, publicó un video en sus redes sociales donde insulta y desprecia a la comunidad gay. Los tacha de acosadores, de intensos, de ser una plaga, y luego, en un momento donde cayó particularmente bajo, admite que en cuestión de su exterminio, está de acuerdo con los métodos de Adolf Hitler. “Soy homofóbico”, admite, y advierte que nunca cambiará. Como era de esperarse, el video se hizo viral. 

    Aunque ofreció una especie de lastimera disculpa, y una entrevista exclusiva con la youtuber que dijo que la escuela era un “sistema pendejo retrógrada”, Larralde ya está quemado. Nadie lo va a olvidar. Aunque me llena de orgullo ver la reacción que sus “opiniones” han provocado, porque la reacción es un reflejo de la ideología de diversidad y tolerancia que cada vez gana más peso en el País, también siento una tristeza al aceptar que los discursos de odio, como los del boxeador, aún existen y tienen una audiencia. 

    Como yo no crecí en un ambiente donde se me inculcara a detestar a otras personas por su orientación sexual, color de piel, idioma, etnia o religión, me resulta imposible entender la forma de pensar de personas como Larralde. No puedo imaginar lo que es ser así de intolerante, amargado e ignorante. Dudo mucho que lo veamos próximamente en competencias internacionales, pero espero que le sirva de lección no solo para que vea lo que puede suceder cuando expresamos públicamente mensajes de odio, sino para que se dé la oportunidad de conocer más sobre aquella comunidad que le parece nefasta, y enriquezca su vida con otras formas de ver el mundo.

     

    La segunda: Una vez más, el sistema nos ha fallado. Cyntoia Brown, una joven estadounidense de ahora 29 años de edad, fue condenada a pasar al menos 51 años en prisión por haber matado a un hombre que la drogaba para violarla continuamente, que la amenazó de muerte y que la golpeó y ahorcó en múltiples ocasiones. En aquel entonces, Cyntoia tenía 16 pero un coeficiente intelectual de una pequeña de 10, como consecuencia del abuso de sustancias nocivas durante el embarazo de su madre. A los 2 años la dieron en adopción, y su vida fue un torbellino sin fin de drogas, prostitución forzada y maltrato físico y emocional. Ni al juez ni a los miembros del jurado les importó. Por dispararle a su padrote con una pistola está condenada a pasar prácticamente el resto de su vida en la cárcel. 

    Desde sus primeros días en el mundo, el sistema, que se supone está diseñado para protegerla pero que día tras día solo reduce a polvo las posibilidades de salir adelante de personas marginadas, le falló.  

    Y no solo a ella. ¿Qué hay de la mexicana Dafne McPherson, desde 2015 sentenciada a 16 años por haber sufrido un aborto espontáneo en una tienda departamental? O de la salvadoreña Teodora Vásquez, que por la misma situación le dieron 30 años en prisión? O Adriana Manzanares, una mujer indígena de Guerrero, acusada de matar a su hijo recién nacido y que no contó con intérprete durante su juicio y que por lo tal paso siete años injustamente privada de su libertad? 

    El sistema les falló a todas y a todos, pero en especial no funciona para las personas de cierta clase social. “El sistema nos ha fallado” es precisamente lo que dijo la madre de Michael Brown, uno de los jóvenes que marcaron e iniciaron el movimiento Black Lives Matter (“Las Vidas Negras Importan”) en Estados Unidos, luego de su muerte a manos de un policía. 

    El sistema nos falla todos los días. ¿Cómo tendría Cyntoia posibilidad alguna de sobrevivir, de tener un trabajo digno, una vida tranquila, una familia propia, si desde que estaba en el vientre de su madre las decisiones fueron tomadas por ella? Desde antes de nacer fue condenada a un destino de sacrificio y de culpa. No conozco a Cyntoia, y sé que es de un país, una realidad y hasta una apariencia física diferente a la mía, pero por alguna razón difícil de explicar, su historia me duele como si fuera mi amiga.  

    “Que mundo tan hermoso”, cantaba el maravilloso Louis Armstrong en 1966. Me pregunto que pensaría si lo viera ahora. 

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