En nuestro artículo anterior dijimos que la transición mexicana se prolongó demasiado y se estancó. Que más de 35 años para una transición inconclusa fueron muchos años de incertidumbre, inestabilidad y miedo.

    El regreso del PRI al poder en 2012, con su corrupción rapaz y descarada, generó un ambiente social de hartazgo, con un pueblo harto del abuso del poder, de tanta corrupción, de tanta soberbia y desprecio de la clase política y del grupo gobernante a las necesidades populares.

    Ian Bremmer, en su libro “La curva J”, nos dice que cuando una nación inicia su transición en un proceso de ampliación de sus libertades pierde de manera abrupta estabilidad social hasta llegar al valle de la curva J; y es a partir de este punto, que debe fortalecer su democracia, su estado de derecho y sus instituciones para ir recuperando estabilidad lentamente, y si consolida sus instituciones democráticas, se detonará su estabilidad a niveles muy superiores a los que tenía bajo el ambiente autoritario antes de iniciar su transición. Por esto es que la curva que grafica Bremmer, con el eje X como ampliación de las libertades y el eje Y como estabilidad, es una curva J y no U.

    Nos advierte Bremmer que el punto de mayor inestabilidad y riesgo para una nación es el punto de inflexión en el valle de la curva, por lo que urge salir de ahí. La transición mexicana se estancó exactamente en el punto de mayor riesgo, y esto incluye los sexenios panistas, y con el regreso del PRI no se avanzó en asegurar las libertades políticas, económicas y sociales, sino que se optó por una voraz corrupción y una cínica simulación.

    Hoy urge salir de ese punto de gran riesgo, y se puede hacer avanzando en la ampliación y consolidación democrática, o bien se puede retroceder de manera autoritaria para recuperar estabilidad más rápidamente. Sin embargo, el Presidente López Obrador ha optado por el populismo autoritario, en lugar de fortalecer la democracia, ya que con gran perversidad va minando instituciones para concentrar más poder en su persona.

    ¿Qué hacer como ciudadanos? Sería la pregunta obligada ante tal situación. Lo primero es estar conscientes que el triunfo abrumador de López Obrador en 2018 le dio toda la legitimidad y el poder, pero también lo enfermó de poder.

    ¿Cuál es la cura para la enfermedad del poder? Restarle poder, acortar el poder al gobernante y no darle más poder porque agravará su enfermedad.

    Las elecciones de 2021 son una gran oportunidad para limitar el poder presidencial a través de crear contrapesos en el Congreso de la Unión, quitándole la mayoría a Morena en la Cámara de Diputados.

    Desgraciadamente no hay liderazgos con credibilidad y los partidos de Oposición están moralmente derrotados, como dice AMLO. Hoy, nos guste o no, el Presidente tiene un bono de confianza en un segmento mayoritario de la población, no porque haya hecho buen gobierno, sino por el rechazo social a lo que representa la Oposición; además parece que el PRI, PAN y PRD no aprendieron la lección del 2018.

    La realidad es que México vive su época de mayor riesgo político, económico y social como Nación, y todo indica que los mexicanos no estamos preparados para enfrentar el tamaño del reto. Este reto va a demandar estar informados con realismo, participación ciudadana activa, gran valor civil de verdaderos líderes de convicciones no de intereses, claridad en el rumbo deseado y unidad nacional, mientras hoy prevalece exactamente todo lo contrario.

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