Volviendo a pensar en el sentido de la Navidad y de cómo la Dueñez ha de renovarse con su espíritu, me encuentro con un libro extraordinario que sacude con fuerza mi mente y me obliga a reflexionar. Les comparto mis pensamientos.
“El Ego es el Enemigo”, obra maestra de Ryan Holiday, es un libro que conviene repasar en esta época navideña, porque nos invita a dejar de mirar al exterior para encontrar justificaciones y obstáculos que nos impiden lograr nuestras metas y avanzar en muchos sentidos.
El reconocido autor Robert Greene, mentor de Holiday, dice de esta obra: “... nos enseña cómo manejar y domesticar nuestro ego, esta bestia insaciable que vive dentro de nosotros para que podamos concentrarnos en lo que realmente importa...”
La Navidad nos invita a sanear ese espacio interno para decidir qué valores queremos que habiten en nosotros. Nos conduce a movernos de la inercia a la intención comprometida. ¿Cómo lograr sacudirnos de nuestro ego y conseguir cambios reales?
Así como el origen navideño habla de un nacimiento en la humildad de un pesebre, renovar nuestra soberanía personal requiere despojarnos de lo que sobra. No podemos ser dueños de nuestro destino si estamos cargados de expectativas ajenas, amarguras añejas o del ruido constante del entorno.
El resentimiento es algo que nos sobra. No nos engañemos, nos corresponde perdonar para liberar espacio. El rencor es una forma de ceder el control de nuestras emociones a otros. Perdonar es un acto de poder personal: decidir que el pasado ya no tiene jurisdicción sobre el presente y cultivar una forma superior de autodominio sobre nuestro ego.
Cuando ejercemos la Dueñez de la capacidad de reinventarnos, dejamos de culpar al entorno, al pasado y a los demás. Aceptamos que, aun en contextos difíciles, siempre existe un margen de decisión: cómo responder, cómo aprender y cómo evolucionar. La renovación auténtica nace cuando dejamos de preguntarnos qué nos está pasando y empezamos a preguntarnos qué haremos con eso que nos ha pasado.
Renovarse es un acto de Dueñez vital: no hay renovación sin liderazgo interior.
En lo personal, la Navidad nos confronta con nuestras incoherencias, nuestros hábitos desgastados y nuestra resistencia para cambiar. Nos recuerda que no hay transformación auténtica sin introspección. Renovarse implica revisar creencias, actitudes y comportamientos que ya no generan valor ni sentido.
En lo familiar y empresarial, sucede lo mismo. Las organizaciones y las empresas familiares no se reinventan únicamente con nuevas estrategias o tecnologías, sino cuando sus líderes asumen la Dueñez del cambio cultural, del ejemplo diario y de la forma en que se toman decisiones.
No asumimos la Dueñez sin desapego. Necesitamos coraje para soltar, despojarnos de tantos pretextos, cargas emocionales, limitaciones autoimpuestas y, sobre todo, de malos hábitos.
El ego es nuestro contrincante más obstinado en nuestro camino ascendente todo el tiempo. Cuando lo empezamos a construir, aspiramos a la grandeza y suponemos que lo tenemos todo claro; cuando logramos éxitos, nos creemos imbatibles y dejamos de escuchar y de aprender; cuando fracasamos, magnificamos el impacto de la caída, nos debilitamos y bloqueamos la recuperación.
Solo si nos adueñamos de nuestros errores, de nuestro tiempo y de nuestra paz, podremos efectivamente modificar esos hábitos. Si vamos a reiniciar, hemos de ser humildes en nuestros objetivos. Si vivimos un período de éxito, la sensatez, la mente abierta y la organización personal nos estabilizan y reubican. Si nos estamos sobreponiendo a un fracaso, volvemos a necesitar propósito, aplomo y paciencia.
Ser dueños de nuestra vida no significa tener el control de lo que sucede afuera —eso es imposible—, sino tener el control total de cómo respondemos ante ello. Esta Navidad, el mejor regalo que podemos darnos es el compromiso de ser autónomos, de elegir nuestras batallas, de celebrar nuestras victorias y de ganarle a nuestro ego.
Tú mandas. No dejes que tu ego siga en control. Concéntrate en lo que realmente importa.