Radiografía de la creación

    Las ideas de las que hablo son como la improvisación musical, música que solo existe cuando nace de la ejecución: estoy escribiendo, ejecutando palabras al modo de un jazzista del pensamiento.

    Conforme voy escribiendo este renglón de palabras, se arma un pretil para apoyarme y mirar a lo lejos: delante está la niebla de la página en blanco, y en ella, apenas se insinúa una idea que -lo presiento- irá formándose paulatinamente según me la sugieran los significados que tienen las palabras. He escrito “pretil”, y me vi acodado intentando penetrar con la vista lo que esta página contiene: así se forman en mí las ideas, pues contra lo que podía suponerse, no siempre las poseo antes de escribirlas, sino que, más regularmente, las descubro aquí con las manos sobre el teclado. Las ideas de las que hablo son como la improvisación musical, música que solo existe cuando nace de la ejecución: estoy escribiendo, ejecutando palabras al modo de un jazzista del pensamiento.

    Releo lo escrito y descubro que estoy instalado, sin habérmelo propuesto, en un juego autorreferencial sobre el asunto de la creación, ese acto con el que se inaugura lo que antes no estaba y que desborda el repertorio de lo que hay. Esta es la idea que se está abriendo paso en esta página que ya no está en blanco, sino que lleva un par de párrafos desenvolviéndose casi por sí misma, como si el lenguaje, con sus irradiaciones, fuera dictándome lo que he venido anotando hasta aquí.

    Releo lo escrito y me detengo ante una duda: ¿borro lo que llevo y comienzo con otra cosa, o sigo? Elijo proseguir: el tema de la creación me gusta y, sobre todo, en casos como este, cuando no se tiene nada maquinado previamente y es gracias al lenguaje que termina por aparecer algo: me da placer que una idea vaya construyéndose frase a frase, con pasos breves que van hilando un discurso. La creación ocurre así: unas palabras sugieren otras, y van saliendo adelante hilvanadas por la redacción, las reglas ortográficas y adquiriendo el rumbo que uno elige imponerles hasta que, de pronto, algo se aclara y uno lo persigue: no he hecho ninguna otra cosa hasta aquí.

    La creación no es ex nihilo, hay unos elementos dados, en este caso el lenguaje, y hay también un gusto personal que lo asiste a uno para elegir cada palabra y cada giro y, con ello, se da a luz un discurso cuyo sentido uno no conocía o, por lo menos, ya ante el texto engendrado, uno comprende que no entendía el problema de ese modo o que no lo tenía tan claro. Sin el lenguaje no podríamos pensar. Son las palabras las que van, literalmente, creando los recovecos y los matices de una idea; las que permiten inteligir el asunto, las que de hecho hacen el asunto: lo crean. Las palabras y lo que he llamado gusto, pues este último es el que conduce y termina por dar el sentido al texto.

    Recapitulemos: estaba ante la página en blanco sin tener qué decir. La palabra “pretil” me dispuso a asomarme a la neblina de la página en blanco. Había palabras que me sugerían otras y que mi gusto fue eligiendo y, de pronto, estaba escribiendo acerca de la creación mientras creaba este texto describiendo lo que iba haciendo y luego lo resumí en este último párrafo.

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!