Rebelión contra lo absurdo y lo incongruente

    La pandemia nos ha revelado lo fácil que resulta acostumbrarnos a una existencia irracional, igual que la absurda rutina de Sísifo, solo que ahora rodamos una roca virtual, y compartimos el suceso en las redes sociales... De todas las medidas, la más absurda es el cierre de escuelas de manera prolongada. Las clases en línea fueron una estrategia paliativa, pero a largo plazo resultan contraproducentes. La vida escolar no se suple con una pantalla. En los alumnos se puede notar una creciente apatía. Se está creando una generación deprimida con dificultades para relacionarse.

    El pasado fin de semana se llevó a cabo en diversas ciudades europeas, la marcha mundial por la libertad, que aglutinó a miles de manifestantes que rechazan las crecientes restricciones impuestas por los gobiernos, como la obligación de portar un pasaporte de vacunación, como prueba para ingresar a lugares públicos.

    Desde Latinoamérica y otras partes más desfavorecidas del planeta, estas inconformidades parecen algo exageradas, pues mientras en Viena, Londres y Estocolmo protestan contra la obligatoriedad de la vacunación por el Covid, aquí en México periodistas de todo el país se manifiestan por la incontenible violencia hacia los comunicadores, luego del asesinato de Lourdes Maldonado en la ciudad de Tijuana.

    Aun así, las protestas en Europa nos muestran algo que ha venido ocurriendo en los últimos años: la creciente irracionalidad con la que ahora llevamos nuestra vida, apartados de los demás por el temor a contagiarnos.

    Hay quienes se sienten cómodos en el confinamiento, trabajando a distancia y usando internet para evitar salir hasta por comida. El streaming está sepultando al cine, gastar en línea es más conveniente que asistir a un centro comercial, y el ocio ahora se consume en el celular. Qué futuro tan penoso tenemos por delante, el de un metaverso de interacciones despersonalizadas.

    A principios de 2020, cuando la enfermedad apenas comenzaba a propagarse por el mundo, junto al temor y la incertidumbre caminaba muy de cerca la esperanza de una gran lección para la humanidad. Creímos que sería un evento pasajero, y que, cuando la calamidad hubiera quedado ya lejos a nuestras espaldas, atesoraríamos un porvenir más libre y espontáneo, parecido al París desenfrenado de Kiki de Montparnasse.

    Incluso Zizek llegó a decir que la propagación del coronavirus representaría un duro golpe al corazón del capitalismo. Lo irónico de todo fue darnos cuenta que caímos en una época todavía más oscura, en donde prevalece la angustia, el control y el aislamiento. Y en donde el consumo ostensible parece ser el único alivio a la ansiedad.

    De esta manera la pandemia nos ha revelado lo fácil que resulta acostumbrarnos a una existencia irracional, igual que la absurda rutina de Sísifo, solo que ahora rodamos una roca virtual, y compartimos el suceso en las redes sociales.

    De todas las medidas, la más absurda es el cierre de escuelas de manera prolongada. Las clases en línea fueron una estrategia paliativa, pero a largo plazo resultan contraproducentes. La vida escolar no se suple con una pantalla. En los alumnos se puede notar una creciente apatía. Se está creando una generación deprimida con dificultades para relacionarse.

    Por todo Sinaloa, plazas comerciales, restaurantes y hoteles permanecen abiertos. Y no está mal, por el contrario, la vida no puede detenerse, menos en un país donde el sustento de las familias más vulnerables depende sobre todo del comercio y los servicios que se ofrecen en la calle.

    Pero tener la oportunidad de salir de compras, no es lo mismo que ejercer una vida plena. En especial para los jóvenes, para quienes la escuela representa el espacio más importante de socialización. No solo es el conocimiento, la escuela es donde se dota al individuo de las herramientas que le permiten tomar parte en la convivencia y la interacción con otros.

    La próxima semana en la Universidad Autónoma de Sinaloa comienza un nuevo semestre. Maestros y alumnos en su mayoría se encuentran vacunados. La UAS ya no puede permanecer cerrada. Rebelarse contra lo absurdo significa exigir una vuelta a las aulas. Desde aquí hacemos un llamado para presentarnos todos en las instalaciones en caso de que el Consejo Universitario, que se reúne hoy, estipule extender por más tiempo las clases virtuales.

    La semana pasada ya atestiguamos en Sinaloa un acto de rebeldía contra la insensatez. Un grupo de deportistas decidió correr el maratón de Culiacán a pesar de la prohibición por parte del Gobierno del Estado. Lo hicieron para evidenciar la incongruencia, pues el mismo día que se anunció la cancelación del maratón, el estadio Ángel Flores rebosaba de fanáticos por el quinto juego de la serie de campeonato entre los Tomateros y los Charros de Jalisco.

    Y es que desde que inició la pandemia la selección de actividades que pueden realizarse o no, ha sido muy arbitraria. Para muestra Mazatlán, donde la prioridad es la organización de la fiesta del Carnaval a como dé lugar. ¿No sería mejor, sólo por esta vez, canalizar esos recursos para habilitar las escuelas públicas que se encuentran en el abandono?

    Volvamos a ser prudentes.

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