Reflexiones de fin de año

23/12/2025 04:02
    Cerrar un año no es hacer un balance perfecto ni encontrar redención en una frase bonita, es, tal vez, reconocer con humildad que seguimos aquí, con lo que queda, con quienes siguen, con lo que duele y con lo que sostiene y que, mientras tanto, la vida nos sigue prestando momentos

    Hoy, mientras preparaba el desayuno, vi a mis hijos bajar en pijama, detuve el ritmo y no porque la vida permita ponerse en pausa, no lo hace, sino porque a veces uno decide desobedecerla unos segundos, mirarlos un poco más, sentirlos un poco más, olerlos un poco más. Pensé en el año que se desvanece y en cómo, con él, quedan suspendidas en el tiempo las tragedias que nos marcaron más allá de lo que entendemos, contrastando de forma radical con los momentos de belleza y amor que también estuvieron ahí, contenidos en el mismo calendario, los que perdimos, los que se fueron, los que siguen y entonces apareció la idea de los préstamos, préstamos de momentos, de personas, de instantes que nos tocan, nos llenan y no nos pertenecen.

    Para ser honesto, entiendo bien esa idea incómoda de que la existencia no trae consigo una razón metafísica previa, de que no hay un guion oculto ni un destino cuidadosamente escrito, somos, en gran medida, el resultado de una serie de contingencias, nacimos aquí y no allá, en este cuerpo y no en otro, rodeados de ciertas personas y no de muchas otras posibles, y nuestra identidad no se revela, se construye a golpes de azar, decisiones y circunstancias, nada estaba garantizado y nada estaba prometido.

    Y, sin embargo, hay algo profundamente mágico en esas contingencias, que justo estas personas, en este tiempo, en esta casa, en este pequeño ritual doméstico de pijamas y desayuno, nos hayan sido prestadas, porque eso son, préstamos. No posesiones, no derechos adquiridos, no seguridades eternas, préstamos frágiles, temporales, silenciosos, la vida no nos da nada en propiedad; apenas nos confía algo por un rato.

    Quizá por eso duele tanto perder, porque no solo se va la persona, se rompe el espejismo de permanencia que habíamos construido alrededor del préstamo, creíamos que era nuestro, que nos pertenecía, que estaba ahí para quedarse y la realidad, siempre más honesta que nosotros, nos recuerda que no.

    Este año que termina fue especialmente cruel en ese sentido, vimos caer certezas colectivas, narrativas que dábamos por sentadas, figuras que parecían intocables, vimos la violencia normalizarse, el cinismo crecer, la prisa volverse regla, pero también vimos gestos pequeños y luminosos, gente que sostuvo a otros cuando el suelo se movía, actos de ternura en medio del ruido, resistencias silenciosas que no hicieron titulares pero salvaron vidas, al menos por dentro.

    Tal vez el problema no es la falta de sentido, sino nuestra obsesión por encontrar uno definitivo, queremos explicaciones que cierren, relatos que ordenen el caos, razones que justifiquen el dolor, pero la vida rara vez concede ese lujo y a veces lo único que ofrece es presencia, estar ahí cuando sucede, aunque no sepamos por qué.

    Aceptar la contingencia no significa resignarse al absurdo, sino asumir la responsabilidad que nace de ella, si nada está escrito, entonces todo importa más, cada gesto cuenta, cada vínculo es una elección renovada, cada cuidado es un acto consciente y la fragilidad no le quita valor a lo que vivimos; se lo da. Por eso, detenerme unos segundos frente a mis hijos no fue un acto nostálgico, sino ético, fue reconocer que el tiempo no se administra, se habita, que el amor no se acumula, se ejerce, que no sabemos cuánto dura el préstamo, pero sí cómo lo cuidamos mientras lo tenemos.

    Quizá el verdadero aprendizaje de este año no esté en las grandes conclusiones, sino en una pregunta incómoda, ¿estamos viviendo como si lo que tenemos fuera eterno, o como si supiéramos que es prestado? Porque de esa respuesta depende la forma en que miramos, escuchamos, tocamos y acompañamos.

    Cerrar un año no es hacer un balance perfecto ni encontrar redención en una frase bonita, es, tal vez, reconocer con humildad que seguimos aquí, con lo que queda, con quienes siguen, con lo que duele y con lo que sostiene y que, mientras tanto, la vida nos sigue prestando momentos.

    La pregunta no es cuánto durarán, sino si estaremos realmente atentos cuando sucedan.

    Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.

    Es cuanto.