Es válido que el clamor ciudadano se desborde ante los hechos de violencia que sacuden a nuestro estado. Empero, no podemos perder el enfoque y culpar de todo a quienes están al frente, como si se tratara de una feria en donde practicamos nuestra puntería en el juego de tírele al negro.
No pretendemos normalizar la situación, pero tampoco dejarnos llevar por las pasiones, intereses o políticas partidistas. Los temas de esta columna no versan sobre política, pero seríamos incongruentes si nos eximiéramos de participar en la política ciudadana (polis o civitas, de acuerdo a la etimología griega o latina). De hecho, Aristóteles definió al ser racional como un animal político (zoon politikón).
La situación que estamos viviendo no es nueva, ni tiene su origen en el gobernante en turno. Tal vez, quienes tenemos canas o calvicie (o ambas), recordaremos que hace muchos años, en Culiacán, velaban un cuerpo en una conocida funeraria ubicada en ese entonces por la calle Obregón, enfrente del Parque Revolución, cuando las personas dolientes tuvieron que tirarse al suelo porque un grupo rafagueó indiscriminadamente.
Otro hecho que sacudió la opinión pública fue el asesinato del mayor Ramón Virrueta, quien era jefe de la Policía Judicial del Estado, el 7 de junio de 1969, en la esquina de Obregón y Leyva Solano. Una ráfaga de ametralladora acabó con su vida en un punto muy céntrico.
Podríamos seguir refrescando nuestra memoria con una larga fila de cruces, pero comprenderemos que no es justo incitar irresponsablemente al odio y la violencia. Debemos reflexionar que el mal que nos aqueja no es de ahora, sino que lo hemos dejado crecer en nuestra sociedad (laissez faire, laissez passer). No perdamos el enfoque: exijamos seguridad, pero no nos eximamos de nuestra responsabilidad ciudadana.
¿Asumo mi responsabilidad ciudadana?