El llevar una vida recta, decente, honorable, decorosa, intachable, digna y razonable es una de las principales virtudes. La persona sabia y honesta inspira confianza y cosecha estimación, aprecio y respeto.
En sus cartas, Séneca le comentó a Lucilio que la disciplina filosófica era incompatible sin la honestidad, y que la vida no tendría sentido si no se practicase bajo la pauta de esta virtud:
“¿Quién puede dudar, Lucilio querido, de que de los dioses inmortales dimane el beneficio de la vida, y de la filosofía el de la vida honesta? En consecuencia, tendríamos por cierto que estamos tanto más obligados a la filosofía que a los dioses, cuanto que la vida honesta es un beneficio superior a la vida, si no fuera verdad que los dioses nos han dispensado la propia filosofía, de la que a nadie otorgaron el conocimiento, mas a todos la capacidad”.
Con la finalidad de no dar margen a error, el pensador cordobés precisó a que tipo de filosofía se refería. Señaló que no hablaba de cualquier clase, “sino de aquella que no acepta bien alguno que no sea la honestidad, y que no se puede ganar con las dádivas de los hombres o de la fortuna, cuyo precio consiste en no poder ser comprada a ningún precio”.
Séneca no estableció como Platón, el ideal de que los gobernantes -para ser buenos- fueran necesariamente filósofos, pero sí insistió en la sabiduría y honestidad de que debían hacer gala. De hecho, subrayó que “se obedecía de buena gana a quien gobernaba con rectitud”.
Sin embargo, reconoció que se abandonó la honestidad y, “al insinuarse los vicios, la realeza se convirtió en tiranía, comenzaron a ser necesarias las leyes que también en un principio dictaron los sabios”.
¿Cultivo la sabiduría y honestidad?