Ni benditas ni malditas, como las usan esencialmente para arrojarse lodo unos a otros, las redes sociales deberían llamarse redes ensuciales.
Nunca cambiaría a mis increíbles amigos, mi maravillosa vida, mi amada familia, por menos canas o por un vientre más plano.
A medida que crecí, me volví más amable, y menos crítico conmigo mismo.
Me convertí en mi propio amigo.
No me culpo por comer galletas adicionales, o por no hacer mi cama, o por comprar algo tonto que no necesitaba.
Tengo derecho a ser desordenado o extravagante.
Vi a muchos queridos amigos abandonar este mundo demasiado pronto, antes de darme cuenta de la gran libertad que conlleva el envejecimiento.
¿Quién me culpará, si decido leer o jugar en mi computadora hasta las cuatro en punto y dormir hasta el mediodía?
¿Quién me hará feliz de quedarme en la cama o frente al televisor, todo el tiempo que quiera?
Bailaré con esos éxitos maravillosos de los años 70’s, 80’s y 90’s, si al mismo tiempo deseo llorar por un amor perdido... pues lloro.
Si quiero, caminaré por la playa en pantalones cortos demasiado estirados sobre un cuerpo ya en declive y me sumergiré en las olas con abandono, a pesar de las miradas penalizadas de otros del jet set. Ellos también envejecerán.
Sé que a veces me olvido de algo, pero creo que hay algunas cosas en la vida que deberían olvidarse.
Recuerdo las cosas importantes.
Por supuesto, a lo largo de los años, mi corazón se ha roto.
Sin embargo, los corazones rotos nos dan fuerza, comprensión y compasión.
Un corazón que nunca ha sufrido es inmaculado y estéril, y nunca conocerá la alegría de ser imperfecto.
Tengo la suerte de haber vivido lo suficiente como para tener lo que queda de mi cabello gris y mi risa juvenil grabada para siempre en los profundos surcos de mi cara.
Muchos nunca se rieron, muchos murieron antes de que su cabello se volviese plateado.
A medida que se envejece, es más fácil ser positivo. Te importa menos lo que piensan los demás.
Yo ya no me cuestiono.
Me gané el derecho de estar equivocado.
Entonces, para responder a tu pregunta:
Me gusta ser viejo. Me gusta ser la persona en la que me convertí.
No viviré para siempre, eso lo sé, pero mientras esté aquí, no perderé el tiempo lamentando lo que pudo haber sido y no fue, menos preocupándome por lo que será porque a lo mejor ni lo veo.
Y si tengo ganas, comeré postre todos los días.
¡Que nuestra amistad nunca se acabe, porque es del corazón!
Nos advierte el Manuel: “La caída de Cuba y la caída del dólar gringo como moneda de reserva mundial, son anuncios que vengo oyendo desde 1977, cuando me gradué de la universidad. En Miami, las calcomanías en los coches decían: ‘Next Christmas in Havana’. Estas aparecieron por primera vez en 1960”.
Martín Cinzano nos recuerda que se puede compartir un oficio (en este caso soplar con virtuosismo jazzístico un instrumento musical) y morir de forma diametralmente diferente:
https://www.google.com.mx/amp/s/www.razon.com.mx/amp/el-cultural/miles-davis-ataque-ira-442302
“En 1955 el saxofonista Charlie Bird Parker murió de un ataque de risa; en 1991 el trompetista Miles Davis murió de un ataque de ira. Bird se carcajeó mirando un programa cómico de televisión y cayó fulminado por un infarto; Miles, enfermo de neumonía, montó en cólera cuando los médicos insistieron en meterle un tubo en los pulmones, y así, enfurecido, entró en coma y murió. Más allá de las circunstancias, estos finales podrían decir mucho acerca de la música en dos de sus figuras más radicales; después de todo, el humor y la rabia son indisociables de cualquier forma artística que valga la pena”.