Se acabaron las vacaciones. Lo que pasó en Mazatlán, se queda en Mazatlán

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    Una vez que terminan las vacaciones, los viajeros vuelven a su vida real. El imaginario turístico queda atrás, pero las anécdotas, experiencias y amoríos quedan en la memoria hasta la próxima visita. Como dice una famosa canción: ‘Vendrán otros veranos y vendrán otros amores’.

    Se acabaron las vacaciones de verano, los turistas que visitaron la ciudad de Mazatlán regresan a sus vidas cotidianas, ya sea en otras entidades de la República o el extranjero. Las experiencias vividas fueron intensas, pero ahora cada quien vuelve a su entorno laboral y social de costumbre. Las anécdotas, tanto para hombres como para mujeres, sólo quedan en la memoria. Todo lo hecho se queda en Mazatlán.

    La práctica del turismo tiene esa “magia”, de desinhibir a la persona que se desplaza a un lugar diferente al de su residencia habitual por un determinado tiempo. Y es que, al estar lejos de casa, y lejos de la mirada de los compañeros de trabajo o familiares, se tiene la sensación de ser una persona diferente. Por un conjunto de razones, que han sido estudiadas desde las ciencias sociales, el desplazamiento turístico parece funcionar como un amplificador de los sentidos.

    Durante las vacaciones o incluso por fines de semana, los turistas que visitan Mazatlán (o cualquier otro destino turístico) se desinhiben en su comportamiento, exponen sus cuerpos en la playa y fantasean con tener un romance de verano.

    Las playas particularmente, son espacios que construyen imaginarios de libertad; el clima cálido permite usar ropas ligeras y suspender temporalmente las normas convencionales. En ese contexto lúdico, los encuentros sociales son inevitables; ya sea con otros turistas o con habitantes locales, los visitantes suelen tener relaciones amorosas de corto plazo y que, por consentimiento mutuo, quedan atrás una vez regresando a casa. No estoy hablando aquí del turismo sexual, ese que se basa en una relación transaccional, sino a lo que autores como Prat Forga, han denominado “turismo erótico”.

    Existen ciudades que en el imaginario colectivo son catalogadas como ciudades para el turismo erótico por excelencia, entre las que destacan París, Venecia, Roma, Amsterdam, Bangkok o Ibiza. En nuestra región, tal vez Mazatlán es el destino turístico de playa que podríamos ubicar en esta tipología.

    El doctor Arturo Santamaría, ya lo relataba en uno de sus libros: “En Mazatlán, la importancia al hedonismo y el valor otorgado a las mujeres existen prácticamente desde su fundación como puerto. Geografía y cultura se han conjugado para rendir culto al cuerpo y a la apariencia que ha hecho que las conductas sexuales desafiantes, sean más aceptadas, o al menos, toleradas”.

    Históricamente ha ocurrido así. Por ejemplo, recuerdo aquellos años noventas cuando llegaban cada primavera desde Estados Unidos los “springbreakers”. Para muchos habitantes locales era impactante e inmoral el comportamiento desatado de los jóvenes universitarios que tenían fiestas prácticamente todos los días. Para otros jóvenes locales (como yo) era una oportunidad para entablar una relación con una turista extranjera. En todos los casos se trataba de relaciones breves, pero algunos amigos míos se casaron con mujeres que conocieron en aquellos “college tours”. Seguramente para ellas, también era una experiencia exótica el conocer y entablar una relación con un chico mexicano.

    Y es que, la erotización de la ciudad también la construyen los habitantes locales; todas y todos forman parte del paisaje turístico. Por ejemplo, hay mujeres norteamericanas y europeas que viajan a Jamaica debido al imaginario del hombre rasta. O a Hawaii, con la idea de contactar con un beachboy o una “hula girl”.

    Una vez que terminan las vacaciones, los viajeros vuelven a su vida real. El imaginario turístico queda atrás, pero las anécdotas, experiencias y amoríos quedan en la memoria hasta la próxima visita. Como dice una famosa canción: “Vendrán otros veranos y vendrán otros amores”.

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