"Ser hermosa de los pies hasta el alma"
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06/03/2017 23:17
En los últimos meses ha habido un pensamiento que me sigue a todas partes: debería operarme la nariz. Todo comenzó en la secundaria, cuando mis amigas, que me enorgullece decir han crecido mucho como seres humanos, me apodaron “tucanera” porque consideraban que mi nariz parecía pico de tucán. Antes de eso, nunca me había puesto a pensar en mi nariz de forma específica. Jamás me miré al espejo y dije “Caray, Dios me bendijo con esta hermosa nariz”, pero no me lamentaba su forma. Tampoco es que la broma de “tucanera” destrozara mi autoestima; siempre me han dolido más las críticas que me hago a mí misma que las que me hacen los demás, pero sí fue en aquel entonces cuando una parte no muy bella de mi cuerpo se volvió un asunto de importancia en mi vida personal.
Para hacerles entender lo mucho que he estado pensando en mi nariz, voy a compartir con ustedes un dato vergonzoso: he buscado información sobre la rinoplastia 29 veces en el último mes. Tengo una carpeta en la red social “pinterest” donde guardo imágenes de narices que creo se podrían ver bien en mi cara, y hasta ya hice cálculos sobre cuánto tiempo tendría que ahorrar todo el dinero que gano en mis prácticas profesionales para poder costeármela. Porque es evidente que mis padres no van a pagármela; no me educaron para ser “ese tipo de chica” que altera permanente y dolorosamente su cuerpo por el deseo de alcanzar la perfección física, por más beneficios que considere que ésta le traerá. Y no es el tipo de persona que quiero ser. Pero, no me malentiendan; no creo que la cirugía plástica sea ningún pecado. Es sólo que no siempre vale la pena. Lo sé, y me lo repito todos los días, sin embargo, sigo sin convencerme de que no la necesito, y me pregunto por qué.
¿Debería permitir que un doctor rebane mis fosas nasales, y luego rompa, se deshaga, y reacomode mis huesos, para verme ligeramente mejor? Porque siendo honesta, mi nariz no es una atrocidad, simplemente podría ser más fina y menos arqueada. Supongo que así me vería más bonita. ¿Pero a qué costo?
Los seres humanos somos egoístas, materialistas, caprichosos y en muchos sentidos, increíblemente superficiales. Los estándares de belleza nunca desaparecerán del todo, porque hallamos placer en observar cosas hermosas. ¿Y quién puede culparnos? El mundo está lleno de belleza, y pienso que una de las razones por las que estamos aquí es para disfrutarla. Lo malo es que no siempre sabemos apreciar que existen muchos tipos de belleza, y es justo esta situación la que ha hecho tanto daño a mujeres y hombres de todas las edades, todos los orígenes étnicos y todas las clases sociales. Quienes me conocen personalmente saben que, como muchos, lo he vivido en carne propia.Todos queremos ser amados, aceptados y admirados. De eso nadie se salva.
“No soy víctima de mis circunstancias, sino prisionero de mis propias decisiones”. Así lo dijo alguna vez Jean Paul Sartre, compañero de vida de Simone de Beauvoir. Y es cierto. No me pienso como víctima de la industria de los cosméticos, o de la dieta, o de la moda. Tuve que haber sido más inteligente, y no “tomar la decisión” de adentrarme al mundo de los desórdenes alimenticios en mis años de pubertad (para los que van a decir que sigo siendo una puberta: técnicamente ya soy joven adulta). Pero es más difícil de lo que parece, porque una vez que te convences de que alcanzando cierto peso, o cierta estatura, o cierta talla de senos, o cierto color de ojos, o cierto tamaño de músculos, finalmente serás feliz, es casi imposible que alguien más te convenza de lo contrario. Te ciegas. Te cierras a las opiniones de aquellos que te quieren, y que buscan ayudarte, y sólo te visualizas a ti mismo/a, en todo el esplendor de tu perfección estética. Y genuinamente piensas que una vez que la obtengas, todo lo demás caerá en su lugar, tu vida se resolverá por arte de magia: conocerás al amor de tu vida, tendrás una oportunidad laboral excepcional; siempre te sentirás bien contigo mismo/a, y no sé cuantas otras cosas. Pero es mentira.
Con la misma estatura que tengo ahora, y que he tenido desde los 14 años, he pesado desde 40 kilos hasta 65. Y ser muy delgada no me ha hecho feliz. Mi felicidad en esta edad “adulta” siempre ha dependido, no de mi apariencia, sino de mi estabilidad emocional, mi relación con mi familia y mis amigos, mi satisfacción intelectual, y muy importante, mi amor propio.
Por lo menos en mi experiencia, el secreto para dejar de permitir que tu cuerpo determine tu valor como persona, es convencerte de que no representa quien eres en verdad, y dejarle de dar dicha importancia. Con esto no quiero decir que no soy una chica vanidosa, que disfruta de maquillarse y comprarse zapatos y demás: sí lo soy. Y me gusta serlo. Me encanta ponerme rímel azul, y pintarme los labios de morado, y buscar en el centro del DF camisetas que digan “200 por ciento fabulosa” y otras banalidades. Pero lo hago porque es un juego; una forma de ser creativa; mostrar los colores y las ideas que viven en mi interior. De hecho, estoy pensando en pintarme de verde oscuro las puntas del cabello, simplemente porque puedo hacerlo. Explotar tus mejores atributos y esconder los que no consideres tan favorecedores es parte de nuestra condición humana. Sin embargo, cuando alguien piense en mí, no quiero que sólo visualicen a una chica bonita que se vestía gracioso. Quiero que piensen en aquella vez que escribí un poema que les recordó a alguien a quien amaban; o la vez que les conté de un libro que me cambió la vida; o cuando recorrimos el centro de la Ciudad de México a las 11 de la noche y empezó a llover; o cuando lloramos de la risa una tarde después de la escuela.
Mi nariz no es la gran cosa. Con un poco de ayuda y unos cuantos miles de pesos, tal vez podría llegar a ser perfecta. Pero creo que por el momento voy a apostar por una sociedad en la que vemos más allá de las apariencias. Una dimensión alternativa en la que hagamos sentir a otros de forma especial; sí, por lo hermosos que son, pero también por lo inteligentes; lo amables, lo graciosos, lo empáticos. Porque somos mucho más que el empaque que nos envuelve.
“Eres hermosa desde los pies hasta el alma”. Mario Benedetti.
La autora es mazatleca, tiene 19 años y estudia Periodismo en la Escuela Carlos Septién