En el 430 a.C, Grecia estaba envuelta en una guerra y en una terrible epidemia, tal vez de peste bubónica o tifus, la que prácticamente arrasó con la población. Al respecto, Tucídides, historiador ateniense, se refirió al desorden en el que cayó la sociedad al ver perdidas las esperanzas de alivio, entregándose al placer en sus diversas manifestaciones. Al respecto, el ateniense escribió lo siguiente:
“La enfermedad fue para la ciudad el inicio de una falta de respeto a las normas. Con mayor facilidad, se atrevía uno a satisfacer el deseo que antes evitaba realizar abiertamente, al ver la brusca mudanza de los ricos que morían repentinamente y de los que nada poseían antes y al momento tenían lo de aquellos. En consecuencia, aspiraban a satisfacciones rápidas y enfocadas al placer, por pensar que tanto el cuerpo como las riquezas eran efímeras. [...] Ni el temor de los dioses ni la ley de los hombres eran un obstáculo, por juzgar que lo mismo daba ser respetuoso que no, cuando veían que todos perecían por igual y por creer que nadie viviría hasta el juicio para pagar por sus delitos, sino que ya pendía sobre ellos y estaba decretado un castigo mucho mayor y, antes de que les cayese encima, era natural que disfrutasen algo de la vida”.
El testimonio de Tucídides no está tan alejado de lo que ahora estamos viendo con la pandemia del coronavirus; la naturaleza humana no cambia y el llamado al orden, a la disciplina, a no perder el enfoque de que todo mal tiene una salida, se pierde cual campanada en el desierto.
Cierto, a la pandemia en algunos sitios, hasta se le perdió el miedo. Basta con citar las recientes concentraciones que reunieron el Rosarito Fest, en Baja California, con más de 20 mil asistentes y el Sturgis Rally, de Dakota del Sur, en los Estados Unidos, que logró la asistencia de alrededor de 300 mil amantes del motociclismo, los que, durante una semana, vivieron sin la menor preocupación a contagiarse. Vayan ustedes a saber cuántos de estos miles de enfiestados regresaron a sus lugares de origen como mensajeros dispersores del poderoso virus. ¡Qué tal!
La llamada tercera ola de la enfermedad, por diversos factores, entre los cuales destaca la indisciplina social, continúa con su enérgica ofensiva alcanzando a miles de víctimas, entre ellas, a niños y jóvenes. Ciertamente, los efectos de la C19 en los menores de edad no son tan agresivos y el número de fallecimientos entre los infantes afectados es muy bajo, según reportan diversos organismos del ámbito de la salud.
Bajo ese marco, el gobierno federal ha tomado la decisión de darle paso al ciclo escolar 2021-2022, bajo un esquema mixto, presencial y virtual, cuya operación quedará bajo la autonomía estatal y municipal.
Tal iniciativa ha sido impulsada abiertamente por el Presidente de la República, con lo cual, asume las eventuales consecuencias fatales que se puedan derivar de ella, esperando, más bien, deseando que no se le configure en una nueva versión del caso ABC, para gusto de sus malquerientes.
Urge el regreso de la chiquillada a las aulas, sí, pero el gobierno debe garantizar espacios escolares que atenúen las posibilidades de contagio entre los alumnos presenciales; debe tomar acciones serias y permanentes para que cada plantel escolar cuente con los implementos necesarios para tal fin, como lo son mascarillas, soluciones desinfectantes y jabón de manos, termómetros infrarrojos, materiales y compuestos químicos para desinfectar diariamente las aulas, mobiliario escolar y sanitarios. Listado enunciativo más no limitativo.
Por otra parte, que se sepa, tampoco se ha dotado a las escuelas de servicios de internet de alta velocidad, y mucho menos, se le ha proporcionado a la planta docente de equipos de cómputo para realizar la transmisión de sus clases a los alumnos del formato virtual.
Sin duda es urgente y necesario que los infantes regresen a la escuela, pero el gobierno tiene la sustancial obligación de brindarles las mejores condiciones posibles para que los contagios sean mínimos, y en su caso, atender a las criaturas infectadas con todo lo necesario para salvar sus vidas. ¡Buenos días!