Todo empezó en Catedral con el grito de los pacíficos exigiendo paz, el de las familias de víctimas de homicidios, desapariciones forzadas y el miedo, mientras que poco a poco, al ritmo de la marcha hacia la Lomita , fue infiltrada la consigna política que plantea que Rubén Rocha Moya deje la titularidad del Poder Ejecutivo estatal. El desgarrador dolor de los que sufren en sangre propia la pérdida de vidas y patrimonios, de los que luchan para que los suyos regresen a casa sanos y salvos, en contraste con los que postulan que yéndose el Gobernador, no los narcos, se irá la violencia en Sinaloa.
Sin duda, las movilizaciones del jueves 23 de enero y de ayer domingo representan la construcción social de rutas de escapatoria de la barbarie que afecta a las regiones centro y sur del estado, con mayor algidez en Culiacán y Mazatlán, obra en proceso iniciada por la acción cívica. Por supuesto también que tal realidad trágica es como ambrosía siendo la sangre de inocentes el ingrediente principal para quienes desean que Rocha deje acéfalo su despacho en el tercer piso de Palacio de Gobierno e instalar desde el golpismo sus intereses e impunidades.
La respuesta a los agraviados por el crimen, que es la mayoría que se expresó ayer, le corresponde darla al Estado a través de la justicia, la contención de la violencia y la certeza de la no repetición. Si no lo hace así la ausencia de autoridad fomentará la ingobernabilidad. Pero urge que el ruidoso “¡fuera Rocha!”, exclamado por gente infiltrada en la marcha por partidos de Oposición, explique quién quiere que venga certificando que le pondrá fin al enfrentamiento entre los hijos de Ismael Zambada García y los de Joaquín Guzmán Loera. ¿Hay alguien que lo pueda hacer? Pues que alce la mano.
Nadie ha gritado la exigencia de que se vayan los generadores de violencia. No reparamos en que la ausencia de los equilibrios del Cártel de Sinaloa, que fueron Ismael Zambada y Joaquín Guzmán Loera, es lo que nos tiene así, aquí en el territorio en el cual convivimos, normalizamos y fuimos parte de la bonanza del narcotráfico. Ya borramos aquel episodio del 26 de febrero de 2014 cuando algunos culiacanenses salieron a protestar por la detención de “El Chapo” y pedir que lo pusieran en libertad.
El momento difícil apremia a ver las cosas como son para no incurrir de nuevo en tomar puertas de salida falsas. Aún en medio de la indignación legítima de quienes en la narcoguerra han pagado altos costos cobrados a los pacíficos, se requiere de la reflexión profunda, serena, sobre lo que está en juego. La prevalencia de la Ley no debiera ser la expectativa de una sociedad civilizada sino la irrenunciable obligación del Gobierno por garantizarla. Tampoco en un sistema político de avanzada los partidos contrarios a la siglas en el poder tendrían que convertir el dolor ajeno en mercancía electorera que seduzca los votos que no les otorga la voluntad popular.
Esa rara amalgama de pueblo harto de la inseguridad y partidos que fraguan venganzas políticas debe ser diseccionada en las batallas ciudadanas de construcción de paz que serán muchas si al actual cisma que sacude a la vieja estructura criminal del Cártel de Sinaloa se le otorga una nueva salida negociada. Llevamos décadas de tranquilidad intermitente cuya quietud tensa lo único que anuncia es la víspera del siguiente choque.
¿O acaso los partidos que hoy piden la salida del Gobernador no respaldaron hasta a la ignominia a los mandatarios que desde el toledismo hasta el malovato exhibieron la cínica cohabitación con el narcotráfico? ¿Acaso esas siglas están exentas de la narcopolítica que llevó a Sinaloa al punto exacto donde está hoy, en el cruel itinerario hacia cuatro meses de crueldad, dominio y anulación de derechos humanos y garantías constitucionales?
La desmemoria es peligrosa porque significa caminar por los mismos caminos que nos llevan al borde de iguales abismos. Pero también la amnesia colectiva es el elíxir que beben a placer aquellos que una vez fueron los que la gente les pedía la renuncia al Gobierno y en el presente desde sus imperios fundados en la corrupción patrocinan la táctica de “¡allá está el ladrón!, ¡agarren al ladrón!”.
Cuidado si en la desesperación por la narcoguerra incurrimos al extremo promover más violencia. Sería lo peor que nos pudiera ocurrir. Distingamos a los profetas del acabose, de la pérdida de garantías y del desquiciamiento como estado de cosas que arrase con lo que continúa a salvo en Sinaloa. Desechemos la apuesta a que olvidemos el origen y a los culpables de más de medio siglo de Sinaloa como rehén del crimen.
Que la gente pacífica, paz urda,
Y que Sinaloa en torno marche,
Pero ninguno esta lucha manche,
Con más anarquía que nos aturda.
El sábado Sinaloa reportó un día sin homicidios dolosos, pero de actividad intensa respecto a mensajes en mantas colocadas en lugares visibles, que se le atribuyen a la delincuencia organizada pero podrían ser parte de grupos que aprovechan el desconcierto para aportarle al caos. También el 25 de enero las Bases de Operaciones Interinstitucionales reportaron mejores resultados como detenciones de presuntos criminales y aseguramiento de explosivos, en Culiacán, y la incautación de vehículos blindados y liberación de personas privadas de la libertad, en Mazatlán, aunque las próximas horas dirán si se trató de paz breve o del establecimiento de un lapso prolongado de tranquilidad. Crucemos los dedos.