Sinaloa extraña aquella pax narca
Nuestra quimera de paz navideña
Sin perder de vista que Sinaloa está bajo el operativo Guadalupe-Reyes, con el despliegue de alrededor de 12 mil elementos de fuerza pública federal y estatal, lo sucedido ayer en Escuinapa y Culiacán, con hechos de violencia casi simultáneos, hace pertinente reiterar el llamado a las autoridades de los tres niveles para que no permitan el retorno a la etapa más álgida de la lucha criminal por obtener el control de territorios y negocios del narcotráfico.
De igual manera, el exhorto tiene que ver con proporcionarle a la gente la suficiente y oportuna información veraz y para que adopte medidas de protección conforme la gravedad o ligereza de amenazas latentes. La psicosis de miedo que generaron en el sur del estado los enfrentamientos entre civiles armados dio pauta a pregunta de qué está pasando y quién tiene el control de la franja fronteriza entre Sinaloa y Nayarit.
Lo mismo en Culiacán, con los ataques al parecer coordinados contra dos domicilios y un expendio de bebidas alcohólicas se situó en la opinión pública la incertidumbre de cómo será la tranquilidad para la gente pacífica que se dispone a celebrar la Navidad y darle la bienvenida al nuevo año. Es que apenas asomaban días de menor intensidad en la acción delincuencial y ocurren sucesos que recalcan las atrocidades de la prolongada barbarie sinaloense.
Más por sentido de sobrevivencia que por confianza en que sean los sicarios del narco quienes los protejan, los sectores de mayor vulnerabilidad frente a la violencia empiezan a voltear a los lados tratando de dirimir a quién le solicitan resguardo. Las centenas de miembros del Ejército, Marina, Guardia Nacional, y policías federales, estatales y municipales tienen que acelerar sus resultados para que se coloquen como los legítimos guardianes del Estado de derecho.
Y por si acaso el Gobierno federal y estatal no estén en posibilidades de garantizar la tranquilidad a la población, acudamos al último reducto de la esperanza por la paz, solicitándoles a las dos células del Cártel de Sinaloa en conflicto que palpen el espíritu renacentista instalado en todos y lo honren con la correspondiente tregua en la guerra que libran. Nada de malo tiene la rogativa a quien corresponda, sean autoridades o infractores de la Ley, para el cese de homicidios, desapariciones forzadas, ataques con explosivos, quema de casas y vehículos, y bloqueo en carreteras.
Tanto el Gobierno como el narco despilfarran el bono social indispensable para que ambos transiten en sus intereses de manera más sosegada. Antes de la actual narcoguerra los jefes de Cártel se daban el lujo de moverse libremente por calles, carreteras, restaurantes y otros sitios de convergencia cobijados por la empatía ciudadana, bajo la regla de dejar fuera de sus ajustes de cuentas a la gente buena.
Por ejemplo, la narrativa de la impunidad consensuada entre autoridades y habitantes de Culiacán registra cómo Joaquín “El Chapo” Guzmán acudió en noviembre de 2015, cuatro meses después de haberse fugado del penal de El Altiplano a través de un túnel, a un restaurante especializado en maricos ubicado por la avenida Xicoténcatl, cerró el establecimiento y compartió manjares con los demás comensales para contener cualquier tentación de delación.
Por su parte, Ismael “El Mayo” Zambada trazó en el Valle de San Lorenzo su zona de seguridad, cuidado por los mismos habitantes, gracias a que respetó las integridades de los lugareños e implantó su premisa en el narco de “menos muertos y más negocio”. Los moradores de ese fértil ribete agrícola nunca le exigieron seguridad al Gobierno porque se las proveía el “señor del sombrero”.
Alterado ese viejo esquema en el CDS, con el relevo generacional y la gran colisión en dicho corporativo del narco la seguridad dada a los pacíficos transmutó al “sálvese quien pueda” sin distinguir a los inocentes que caen en medio del fuego cruzado entre sicarios de uno y otro bando. Ya van 15 meses y 9 días cumplidos hoy y la sociedad ve lejana la eventualidad de que la vida apacible retorne al menos a niveles “normales” como los que existían antes de la también llamada narcopandemia.
Y sí existió esa pax narca que es la mínima a la que aspira Sinaloa, pero por lo pronto, en lo inmediato, es la paz navideña la que nos urge siquiera para rememorar cómo se vive en armonía y fraternidad, así sean forzadas tales serenidades y hermandades.
No nos interrumpan los abrazos,
con onomatopeyas de balas,
que la Navidad hacen pedazos,
y nos cortan a todos la alas.
El acuerdo logrado en Mazatlán entre el Ayuntamiento y Acuario responde a la complicada situación actual del destino turístico que afecta al centro de exposición de la riqueza marina, que es el principal atractivo para visitantes, pues libera a la empresa Drakkar Aquariums, S.A.P.I. de C.V. del pago de renta de la superficie e instalaciones que se convirtieron en carga pesada sin uso ni beneficio para el Acuario reconocido como uno de los mejores del mundo. Buena decisión de la Alcaldesa Estrella Palacios y el Cabildo porque rescatar a la monumental pecera significa a la vez redimir a la Perla del Pacífico de cara a los grandes retos que enfrenta la industria sin chimeneas.