El fin de semana aproveché para ver una película, sé que he quedado a deber con el cine, pero esta película, entre que el personaje es uno de mis favoritos y todo el ruido que hubo alrededor de lo que “quería decir” o “dijo” la película, me tomaré el tiempo de comentarla también.
En estos días en los que la moral se compra en hashtags y se vende en likes, muchos han alzado la voz para acusar a la nueva película de Superman de ser “woke”. No por fallas de guión, no por la falta de espectacularidad, sino porque parece atreverse a tomar postura, porque en vez de ceñirse a un relato cómodo, suavizado por el cliché y por la nostalgia, lanza preguntas que incomodan, porque en vez de salvar al mundo como se espera de él, parece preguntar si el mundo merece ser salvado así como está.
Y eso, para muchos, es inadmisible.
Vivimos en una época donde la indignación es selectiva, donde la idea de justicia molesta más en la ficción que su ausencia en la vida real, una película puede ser más polarizante que una injusticia sistemática y entonces ocurre lo absurdo: la audiencia se indigna más por la diversidad en el casting, por el replanteamiento del héroe, que por los crímenes y desigualdades que ese mismo héroe busca señalar.
No es la película lo que incomoda, es el espejo que coloca frente a nosotros.
Nos dicen que Superman ahora es “político”, “panfletero”, “progresista”, como si no lo hubiera sido desde el inicio, como si el primer Superman, ese inmigrante de otro mundo, criado en la clase trabajadora del Midwest, que se enfrentaba a empresarios corruptos y defendía a los más débiles, no fuera ya una declaración política encarnada. Como si la capa roja no tuviera desde siempre un propósito moral más grande que el vuelo.
Como dijera Fer Bustos, el problema no es que Superman se haya vuelto woke, el problema es que nosotros nos hemos vuelto cínicos.
Hemos aprendido a tolerar la injusticia con elegancia, a convivir con ella, a negociar con ella, a justificarla. Y cuando una figura, aunque sea ficticia, nos recuerda que hay cosas que no deben ser toleradas, algo dentro de nosotros se retuerce.
¿Desde cuándo es provocador que un héroe hable por los oprimidos? ¿Desde cuándo molesta tanto que defienda la verdad?
Quizá desde que renunciamos, como sociedad, a hacerlo nosotros.
La palabra “woke” se ha vaciado de sentido. Hoy se usa como un insulto automático ante cualquier gesto mínimo de empatía, ante cualquier personaje que no reproduzca el molde de siempre, es la coartada de quienes no quieren ver más allá de su comodidad, una forma elegante de decir “prefiero no pensar”.
Pero hay que pensar, hay que preguntarse por qué molesta tanto que un símbolo de justicia cuestione los sistemas que oprimen.
¿Molesta que Superman denuncie el racismo?
¿Molesta que proteja a los migrantes?
¿Molesta que no se quede callado?
Entonces no es el personaje lo que molesta, es el mundo que pone en evidencia.
Y también hay una cobardía colectiva detrás de todo esto, una incapacidad para posicionarnos, para decir: “esto está mal y me importa”. Y esa incapacidad es contagiosa, porque es fácil reírse de una película que incomoda, más difícil es incomodarse con uno mismo, con las veces que callamos, con las veces que elegimos el silencio como refugio.
Vivimos en una sociedad que teme más al juicio moral de los demás que a la injusticia misma, una sociedad que se moviliza más por defender sus ficciones que por defender a los reales. Por eso es lógico, en esta lógica torcida, que un Superman con brújula ética cause más rechazo que una sociedad sin ella.
Y sin embargo, algo bueno está ocurriendo: estamos hablando. Porque aunque sea desde la trinchera del escándalo, la figura del héroe vuelve a ser discutida y discutir al héroe es también discutir lo que consideramos digno de ser defendido, tal vez ahí empieza algo.
Quizá ya no queremos al Superman todopoderoso e impoluto, quizá queremos un Superman que dude, que tropiece, pero que aún así elija el bien, y quizá también queremos, sin saberlo, que su lucha nos sacuda, que nos rete, que nos pida algo más que aplausos en la sala de cine.
Lo verdaderamente peligroso no es un Superman con conciencia social, lo verdaderamente peligroso es una sociedad que no la tiene.
Y por eso vale la pena ver la película. No porque sea perfecta, no porque nos dé todas las respuestas, sino porque nos recuerda que hay preguntas que aún no nos atrevemos a hacer y que incluso en la ficción, la justicia sigue siendo incómoda.
Superman siempre ha sido más que un superhombre, es un reflejo, de lo que somos, de lo que tememos, y de lo que aún podríamos ser, si tuviéramos el valor.
Gracias por leer hasta aquí. Nos leemos pronto.
Es cuanto.