Tejidos que resisten: la organización comunitaria frente al control del Estado
Durante décadas, la lucha social frente al régimen hegemónico fue por la independencia del Gobierno y de los partidos políticos.
Nuestra apuesta era clara: recuperar la voz y la participación del pueblo, no como espectadores, sino como actores proactivos de su propio destino.
En esa lucha, levantamos la consigna del poder popular, no como una consigna vacía, sino como una práctica que permitía empoderar a los actores sociales y disputar los espacios públicos para que tuvieran el rostro, el lenguaje y los sueños de la gente.
A través de formas de organización comunitaria —comisiones, asambleas, redes— se lograron avances importantes en salud, educación, vivienda, cooperativas y cultura.
La toma de decisiones era colectiva y horizontal. La comunidad era protagonista, no espectadora. Gracias a ese esfuerzo, se logró incidir en cambios reales: creación de instituciones, presupuestos participativos y políticas públicas diseñadas desde abajo.
Con la transición democrática, esa energía colectiva se transformó en poder ciudadano, ampliando la agenda social y política. Se luchó por el respeto al voto, la construcción de derechos y la legitimidad de nuevas instituciones. Sin embargo, hoy vivimos una regresión silenciosa.
Nos enfrentamos a un gobierno que, bajo el discurso de estar “cerca del pueblo”, en realidad busca controlar toda relación con la ciudadanía de forma individual, evitando cualquier forma de organización intermedia.
Se descalifica a los actores organizados como corruptos, vividores o innecesarios, mientras se instala la idea de que el Gobierno es el único que puede acercarse a las personas para atender sus necesidades.
Esta lógica centralizadora desmoviliza la solidaridad comunitaria y debilita el tejido social construido por años. Los ejemplos más recientes lo evidencian con crudeza.
Angélica, vecina de la colonia Lázaro Cárdenas, una de las más afectadas de Poza Rica tras la tormenta del 10 de octubre, lo expresó así: “Mi hermana llegó ayer y vio que a la gente que trae víveres o agua los detienen. Vinieron camiones desde Monterrey y no los dejaron pasar. Dicen que la Gobernadora (la morenista Rocío Nahle) dio la orden de no permitir la entrada de esos apoyos”.
Cuando la solidaridad se levanta desde la gente, el Gobierno la bloquea. Pero al mismo tiempo, se permite —y en los hechos, se tolera— que otros poderes ocupen ese vacío.
“En Tihuatlán, Veracruz, circulan videos donde, ante la ausencia visible de ayudas estatales oportunas, presuntos miembros del CJNG reparten despensas con su logo y bajo la consigna ‘de parte del Cártel Jalisco Nueva Generación’”.
Es decir, mientras el Gobierno levanta retenes para impedir la entrada de apoyo ciudadano, el crimen organizado reparte despensas con total impunidad, ganando legitimidad simbólica en zonas donde el Estado no llega, o llega tarde.
Este modelo destruye lo que durante décadas construimos desde abajo: la participación comunitaria, el empoderamiento social y el derecho a organizarnos colectivamente.
Como dijo Paulo Freire: “La libertad no se recibe, se conquista. Y esa conquista se hace en comunidad, no en soledad”. La historia muestra que cuando el pueblo se organiza, transforma su realidad. Y aunque hoy se intente borrar esa memoria y desactivar la acción colectiva, la vida comunitaria resiste.
En muchas regiones, los pueblos siguen resolviendo sus problemas con sus propios métodos, creando organizaciones sin pedir permiso, y sosteniendo el espíritu de solidaridad que los gobiernos tratan de sustituir por relaciones verticales e individualizadas.
A pesar de los intentos por desmovilizar la solidaridad, la respuesta ciudadana sigue viva. Ante la emergencia, las personas tienden puentes, reconstruyen redes y crean nuevas formas de apoyo mutuo.
Lejos de resignarse, muchas comunidades se organizan no solo para suplir la ausencia del Estado, sino para imaginar y construir otras formas de vida, más justas, más humanas y verdaderamente colectivas.
Porque donde el poder busca dividir, el pueblo recuerda cómo unirse. Y donde quieren apagar la organización, renace la esperanza compartida de seguir transformando desde abajo y en común.