El temor al ridículo es el más ridículo de los temores. Lo que se piensa de nosotros no debe ser fundamental. Como dijo Luis de Góngora, “Ande yo caliente, y ríase la gente”.
Cada quien debe mostrarse como es, sin necesidad de fingir ni buscar agradar a los demás. El individuo que busca quedar bien termina por ser inauténtico. Su inseguridad le hace conceder demasiado valor a las opiniones que se generan a su alrededor. Se muestra incapaz de sobreponerse a los comentarios, observaciones y convencionalismos sociales.
Es muy importante no infravalorarse ni rehuir el contacto con los demás. Cuando se teme al ridículo, la persona autolimita sus potencialidades, habilidades y capacidades.
¿Será alguien tan importante para que todos estén pendientes de él? Claro que no, pero algunas personas están obsesionadas y sienten que son el centro de las miradas. No perciben que es una fijación de su mente, pero que no obedece a la realidad.
Un antídoto eficaz es tener sentido del humor y saber reírse de sí mismo. Cuando uno toma con hilarante sabiduría sus errores, despoja de su falsa solemnidad a los acontecimientos y desmitifica su falaz trascendencia.
Las personas soberbias son fácilmente inoculadas con el virus del temor al ridículo. De manera especial, dijo Fernando Savater, es un mal que afecta notablemente a quienes detentan el poder.
“La característica principal que tiene el soberbio es el temor al ridículo. No hay nada peor para aquel que va por la vida exhibiendo su poder y sus méritos que pisar una cáscara de plátano e irse de narices al suelo. El ridículo es el elemento más terrible contra la soberbia. Por esa razón los tiranos y los poderosos carecen de sentido del humor, sobre todo aplicado a sí mismos”.
¿Temo hacer el ridículo?
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