La semana pasada Tijuana reunió en una misma sala a empresarios, sindicalistas, especialistas, representantes de organismos internacionales y autoridades de distintos niveles... y en lugar de reclamos hubo diálogo, en lugar de desconfianza hubo agenda compartida. Eso fue en el Encuentro Nacional Coparmex Tijuana 2025: una demostración de que México todavía tiene espacios donde la conversación pública no se cancela, sino que se construye.
Durante tres días, Tijuana se convirtió en símbolo de puente binacional -porque el Encuentro arrancó en San Diego y reafirmó la lógica de Calibaja como región integrada-, pero también símbolo de que el sector productivo no se resigna a ver pasivamente cómo se define el rumbo del País sin su voz en la mesa.
En el acto de clausura, el presidente nacional de Coparmex, Juan José Sierra Álvarez, lo resumió: Tijuana fue el epicentro del pensamiento empresarial. No se trató sólo de escuchar conferencias, sino de algo más profundo: asumir la responsabilidad de los empresarios como actores públicos que generan empleo, invierten, innovan y se comprometen con el futuro de México. ¿No es eso, en buena medida, lo que hoy más falta hace en la conversación nacional: responsabilidad, visión y compromiso de largo plazo?
El mensaje que queda es que la esperanza de este país sigue estando en la sociedad civil organizada, en quienes deciden participar y no solo quejarse. Coparmex lo subrayó una y otra vez: el trabajo dignifica, el diálogo une y la colaboración convierte las ideas en resultados. Pero esa frase, que suena bien en un discurso, en Tijuana se tradujo en contenidos concretos.
Las jornadas tocaron casi todos los nervios sensibles del México actual. Desde la necesidad de construir puentes para la prosperidad y repensar la innovación social, hasta una discusión frontal sobre lo que implica “salvar la democracia” cuando la participación ciudadana se erosiona y la polarización se normaliza.
Hubo también una mirada estratégica sobre el lugar de México en el nuevo orden económico mundial: las tensiones geopolíticas, el nearshoring, la competencia por inversiones, los riesgos de la inseguridad. Se habló de paz, de instituciones, de justicia, de un México que no puede aspirar a ser potencia económica con pies de barro en su Estado de Derecho. Y se habló, con toda seriedad, de inteligencia artificial para todos, como herramienta que puede cerrar brechas... o abrir otras nuevas si se usa sin ética ni visión.
Uno de los momentos más relevantes fue el panel sobre el Consejo Social Económico Ambiental (Consea), que reunió a Coparmex con sindicatos como la CTC y la CROM, además de la OIT. ¿Cuándo fue la última vez que escuchamos, en serio, de un espacio donde empresarios y representantes de los trabajadores se sienten a diseñar una agenda común? En tiempos en los que el discurso fácil enfrenta sectores, el Consea propone justo lo contrario: diálogo, corresponsabilidad y acuerdos.
El Encuentro también puso el foco donde realmente late la economía mexicana, como lo hemos mencionado en estas columnas: es decir en las MiPyMEs. El panel “Impulsando a las MiPyMEs: cambio estructural” recordó algo que a veces se nos olvida entre grandes cifras: sin ellas no hay movilidad social ni desarrollo regional. ¿De qué sirve hablar de competitividad si los pequeños negocios se ahogan en trámites, inseguridad, impuestos mal diseñados y falta de financiamiento?
Y como contraparte necesaria, se discutió qué exigen los grandes inversionistas para apostar por México. La respuesta es incómoda, pero ineludible: quieren reglas claras, justicia que funcione, seguridad pública, certeza jurídica. No les basta con discursos optimistas ni con presumir ventajas geográficas; los capitales buscan países donde se respete la ley y donde las decisiones no dependan del humor del día.
Quizá uno de los puntos más duros del Encuentro fue el Pronunciamiento Nacional en materia de seguridad, firmado por los 71 Centros Empresariales. Ahí se habló sin rodeos de la expansión de la extorsión, de regiones donde el Estado parece ausente, de empresarios y trabajadores que viven bajo amenaza. No fue un lamento; fue una advertencia y, al mismo tiempo, un compromiso: recuperar la autoridad legítima, reconstruir la confianza y exigir un México donde la ley proteja a todos.
Tijuana 2025 nos deja una certeza: cuando sectores distintos se sientan a hablar con respeto, cuando se reconocen como aliados y no como enemigos, aparece lo que hoy más hace falta en México: una agenda económica y social común, compartida, defendida y llevada a la práctica.
La pelota, como siempre, está en la cancha de todos. El futuro se construye dialogando. Y en Tijuana, por unos días, México demostró que todavía sabe hacerlo.