Los estoicos, como Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y Cicerón, enseñaban que no debe una persona alterarse porque las cosas no resultan como ella desearía. Si había pensado que un amigo no le traicionaría, pero de hecho acontece, no habría que perder la compostura. O si el clima no era soleado, sino frío y lluvioso, tampoco habría razón para deprimirse ni enfadarse. La misma actitud y postura habría que mantener ante el fallecimiento de un familiar o ser querido. Es decir, el duelo se debería vivir sin tristeza, frustración o enojo.
De acuerdo a la doctrina estoica, las emociones no debían tomar el control de nuestra vida; por el contrario, habría que controlarlas y domeñarlas para alcanzar el estado de “ataraxia”, de serenidad, tranquilidad, indiferencia e imperturbabilidad. Si quisiéramos traducir ese vocablo griego en lenguaje moderno, se pudiera decir que el ideal es “tomarse las cosas con filosofía” ante lo que no se puede cambiar.
Por ejemplo, Séneca y Cicerón escribieron mucho sobre la brevedad de la vida. Para ellos, alcanzar la ancianidad no era una desventura, como piensan muchos porque se pierde el vigor corporal y sienten que la vida se torna insoportable. Antes bien, la experiencia que se recogió durante el transcurso de los años constituye una fuente inagotable de sabiduría, además de que se cuenta con más tiempo para dedicarse a otras actividades gratificantes, como las charlas con los viejos amigos.
El ideal estoico no podemos llevarlo al pie de la letra porque nos convertiríamos en seres carentes de emociones y sentimientos. Sin embargo, sí conviene subrayar el “tomar las cosas con filosofía”, debido a que el ser humano actual se libera del estrés, angustia y miedo recurriendo excesivamente al consumo habitual de tranquilizantes y ansiolíticos.
¿Tomo las cosas con filosofía?
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