Es común la opinión de que los atardeceres son más bellos que los amaneceres. Es cierto que los atardeceres sinaloenses (no solamente los que contemplamos en el mar), son envidiablemente bellos y de un rojo encendido que invitan inevitablemente a pensar, no en el término o la muerte, sino en un nuevo amanecer.
Bueno, quizá exagero y muchas personas sí piensan que ya está próximo el atardecer de su vida y quisieran despedirse con un maravilloso espectáculo de belleza y luminosidad, al estilo de Manuel Gutiérrez Nájera en su poema Para entonces: “Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo, donde parezca sueño la agonía y el alma un ave que remonta el vuelo”.
Y es que al atardecer de la vida no debe de ser necesariamente trágico. Hay situaciones lamentables por contaminarse con discapacidades, sufrimientos y enfermedades. Empero, aún en esas dolorosas condiciones se puede encontrar el bálsamo y consuelo de un valioso sentido y significado.
El martes, al acudir a recibir la segunda dosis de la vacuna Astra Zeneca, estuve observando a muchos adultos mayores. Algunos acudieron al sitio de vacunación acompañados de familiares debido a problemas degenerativos y de motricidad.
No obstante, en el rostro de todos resplandecía la chispa de la esperanza. Un profesor jubilado de la UAS, de 69 años, asistió en ropa deportiva, se veía en buenas condiciones y respondió que no sufría ningún achaque o enfermedad, ni siquiera diabetes o hipertensión.
En cambio, otro adulto mayor expresó que le diagnosticaron cáncer hace tiempo, camina apoyado en un bordón, padece diabetes, glaucoma, hipertensión y se atrofian paulatinamente sus músculos. Sin embargo, irradia alegría y optimismo, su espíritu positivo nunca permite que lo flagelen las tormentas de la adversidad.
¿Preparo un brillante atardecer?