Un optimismo para no mirar

ALDEA 21
    Esta es la triste realidad y lo que queda es aceptar que, en problemas como la pandemia, el cambio climático, la pobreza, la violencia y los gobiernos corruptos, seguiremos pagando facturas, porque insistimos en no cambiar y porque nuestro entusiasmo en volver a lo mismo se ha vuelto un optimismo que cierra los ojos.

    Hagamos un ejercicio de optimismo, pensemos que todo estará bien, que es cuestión de tiempo para que todo vuelva a la normalidad, para que todo regrese a su lugar nuevamente, porque es necesario dejar de estar en el filo de la angustia mirando lo que acontece en esta realidad de la pandemia que ha vuelto los días y las noches tan intranquilas y llenas de incertidumbre.

    Aunque quizá sea que estamos observando y pensando más de lo necesario, creyendo más cosas de las que en realidad suceden, volviéndonos espectadores miméticos de las noticias y sus interminables anuncios de la anarquía y sus violencias, de la emergencia climática y del imparable conteo de pérdidas humanas por el Covid-19.

    De ahí el deseo de escuchar que la situación mejorará después de casi dos años de zozobra y pesadez acumulada, porque estamos cansados de esperar, de tener miedo y de enumerar los muertos. Necesitamos afanosamente creer que esta realidad habrá de pasar, porque no hay quién nos explique qué es lo que pasa en realidad.

    Circulan versiones y conjeturas sobre el origen de la pandemia, desde la idea conspirativa que poderosas corporaciones en el mundo iniciaron esta forma de exterminio humano para volcar el ritmo de la economía y establecer medidas coercitivas de consumo y control de las finanzas internacionales, con el interés de consolidar monopolios en el comercio de productos y servicios, tecnología digital e industria farmacéutica.

    Otra versión es la que afirma que se debe a la naturaleza propia de la Tierra que, como el cuerpo humano, crea sus defensas para eliminar las formas de vida que atentan contra su equilibrio orgánico, y considerando al humano como amenaza, la Tierra intenta por sus medios eliminarnos de su cuerpo biológico, pues hemos desequilibrado nuestra armonía con ella.

    Y por último la más conocida de las explicaciones de que el virus proviene de un murciélago de la región de Wuhan en China, al que atribuyen haber contagiado al ser humano al convivir con estas u otras especies portadoras de la enfermedad.

    Lo cierto es que mientras se encuentra el origen de la enfermedad, las estadísticas de muerte y contagios suben y bajan junto con las mutaciones y variantes del coronavirus. Las esperadas vacunas finalmente no se volvieron una solución, sino sólo una alternativa. Como sociedad, cada vez más nos preparamos para enfrentar el virus desde nuestra biología humana, no para eliminarlo.

    Para la politóloga Cristina Monge y el investigador en tecnología para el desarrollo humano, Carlos Mataix, junto a la pandemia enfrentamos igual la crisis climática, la revolución digital y el fenómeno migratorio en los países del mundo, como también los resultados de una enmarañada y retorcida desigualdad social, el envejecimiento de la población y la precarización del empleo. Problemas de índole social que surgen de nuestras cada vez más complicada forma de vida, lo que acentúan la necesidad de encontrar nuevas respuestas con mayor impacto que las actuales.

    Sin embargo, puede más la necedad de negar la realidad, de no aceptar que hemos dañado la naturaleza a tal grado, que ahora cobra las facturas de nuestra inconsciencia; que somos víctimas y victimarios de lo que ahora sucede.

    Por eso la necesidad de que nos digan que las cosas están mejorando, que ya no habrá más muertes por contagio y que los niños podrán regresar a clases y que eso no significa una amenaza para las familias, porque se tiene la certeza de que ahora estamos más seguros afuera que dentro de nuestras casas.

    Pero esto no es verdad y lo sabemos, que seguirán muriendo personas porque no hay cura ni vacuna que lo evite, que la suerte no será la misma para el vulnerable y que vivirán los más aptos y los mejor atendidos en esta pandemia.

    Esta es la triste realidad y lo que queda es aceptar que, en problemas como la pandemia, el cambio climático, la pobreza, la violencia y los gobiernos corruptos, seguiremos pagando facturas, porque insistimos en no cambiar y porque nuestro entusiasmo en volver a lo mismo se ha vuelto un optimismo que cierra los ojos.

    La respuesta no está en regresar a “lo normal” para recuperar lo perdido, pensar así es repetir errores. La científica social Hilary Cottam afirma que en tiempos de crisis la respuesta está en la innovación de carácter social, pues enfrentamos problemas cada vez más diferentes en su naturaleza, que necesitan nuevas formas de respuesta porque nuestros sistemas actuales no pueden gestionarlos y mucho menos resolverlos.

    Se necesita, como diría el escritor José Saramago, de “los únicos interesados ​​en cambiar el mundo que son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”.

    Se requiere como plantean Monge y Mataix, generar un impacto transformador en el sistema socioeconómico, con la ambición y la velocidad que se requiere y superar el único dominio de lo que hasta ahora sabemos hacer. Cambiar las dinámicas sociales, culturales y económicas y, especialmente su relación entre ellas. Hace falta inteligencia colectiva para generar cambios profundos, rápidos y sistémicos.

    Cambiar como sociedad para ser diferentes, no para seguir igual. El de un pesimismo social que sea capaz de cambiarse así mismo, porque sabe de lo que carece.

    Hasta aquí mis comentarios, los espero en este espacio el próximo martes.

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