Un verano sin niños en la calle

    “Puede que sea la inseguridad, el tráfico, el calor, los videojuegos, o lo que sea. Lo cierto es que este verano ya no es como los de antes. Lo digo sin nostalgia. Es simplemente que en el futuro habrán de conocerse las repercusiones que tuvo la ausencia de niños jugando libres en la calle”.

    Finales de julio. Amanece, y es uno de esos días de tregua en los que no hace tanto calor. El cielo está un poco nublado y los charcos que dejan las lluvias nocturnas no alcanzan a evaporarse todavía.

    La basura se acumula al borde de las banquetas junto a montoncitos de tierra, palos y hojas. Es el tiempo en el que florecen estos árboles de vaina amarilla, que sueltan unas flores como de pelusa, que cuando se humedecen dejan un aroma amargo en el ambiente.

    En los campos enmontados de las escuelas las mariposas revolotean a baja altura. Las aulas están cerradas. Todo se encuentra en calma. Las calles vacías se sienten extrañas. ¿Dónde están los niños? es como si se los hubiera tragado la tierra.

    Los únicos que todavía disfrutan las banquetas, son los señores descamisados que suelen acomodarse en una silla, o en una cubeta volteada, mirando sin atención fija y sin esperar que nada fuera de lo común ocurra.

    Por fin un niño sale descalzo por la puerta frontal de una casa encuevada, de esas que luego de la pavimentación, la sala queda un peldaño por debajo del nivel de la calle.

    El niño toma rumbo hacia una tienda en la esquina, va caminando como en automático, clavando su vista en un celular que no le permite levantar la cabeza. Luego de un rato regresa con una bolsa de sabritas y ya no sale más.

    La ciudad se está quedando sin niños. Por asombroso que parezca, esto está ocurriendo. Son vacaciones y no se ven por ningún lado.

    Puede que sea la inseguridad, el tráfico, el calor, los videojuegos, o lo que sea. Lo cierto es que este verano ya no es como los de antes. Lo digo sin nostalgia. Es simplemente que en el futuro habrán de conocerse las repercusiones que tuvo la ausencia de niños jugando libres en la calle.

    El significado del verano está cambiando. Anteriormente representaba un par de meses sin escuela, sin uniformes y sin tareas. Unos días de completa libertad para explorar el barrio y hacer nuevos amigos; trepar árboles, ensuciarse, jugar en la lluvia, montar la bicicleta y escabullirse un poco más allá de lo permitido.

    El verano fue hasta hace poco un tiempo en el que los niños hacían sus propias reglas, un mundo diferente al de los adultos. Los niños de ahora llevan un tipo de socialización inducida en cursos de verano que de ningún modo suplen la iniciativa individual que solo encuentran en ausencia de sus padres y maestros.

    Las clases de pintura, natación, danza, y música son aprendizajes restringidos. Las idas al cine, a los cafés y al centro comercial son entretenimientos que no sacian la necesidad de aventuras. Las travesuras son necesarias; las mejores se fraguan en complicidad con la pandilla de la esquina, con quienes se prueban los límites sociales y se aprende a asumir la responsabilidad por las malas decisiones.

    La calle incita a los niños a innovar mediante el juego, los saca de la monotonía, les brinda seguridad y autoestima, les otorga un sentido de solidaridad, pertenencia comunitaria, una sensación de arraigo que solo puede enraizarse en edades tempranas.

    ¿Qué implicaciones tendrá el encierro en el desarrollo de la imaginación de las infancias y en su madurez como personas y ciudadanos? Los videojuegos y los celulares los hacen intolerantes al aburrimiento, los vuelven ansiosos, desesperados e incapaces de contemplar los pequeños detalles de la vida que solo aprecian los más pacientes.

    Los niños más libres y con la infancia más sana y genuina son sin duda los de los barrios marginados. Son ellos los que deberían dirigir al mundo en el futuro. Desafortunadamente las carencias y el bajo desempeño escolar llevarán a la mayoría de estos a puestos subordinados.

    ¿Acaso nuestros próximos líderes serán niños que crecerán retraídos frente a la pantalla y en la comodidad de sus fraccionamientos amurallados, sin inventiva, sin imaginación y un nulo sentido de comunidad? Niños cultos con mucha tecnología, pero sin la capacidad de romper las reglas, ¿qué instituciones van a crear para preservar la libertad, si ni siquiera la conocen?

    Mejor que salgan los niños a la calle. Encontremos la manera de lograrlo. Y démosle la oportunidad de una buena educación, a aquellos que desde muy pequeños ya hacen suya la ciudad con el juego.

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