La fiesta de los tabernáculos, sucot, chozas o cabañas es una de las fiestas importantes de los judíos, la cual comenzaba y finalizaba con un reposo sabático. Durante la celebración, todos los israelitas debían habitar en chozas, para recordar que Dios los liberó de la esclavitud de Egipto y aguardar al Mesías que los liberaría del yugo del pecado. De igual forma, hoy, los cristianos caminan en esta vida precaria mientras atraviesan el desierto del mundo, en espera de llegar a la tierra prometida.
En la actualidad, los judíos continúan levantando chozas inestables junto a su casa, con techo de follaje que no cubre totalmente el cielo, para recordar la inestabilidad y vulnerabilidad de nuestra vida.
Tuve presente esta celebración al enterarme ayer del fallecimiento de un querido amigo: Juan de Dios Choza Gaxiola, quien tenía un corazón demasiado grande, pues era muy amigable y bromista, pero llegó un momento en que su órgano muscular ya no soportó la carga de la vida.
Su apellido, Choza, nos remite al significado de la festividad judía, para tomar conciencia de la precariedad de nuestra vida. Estamos solamente de paso, no tenemos aquí nuestra residencia definitiva. Esta constatación, lejos de entristecernos, debe prepararnos para el instante en que nuestra choza sea levantada, pues no tenemos morada permanente en esta vida.
Seguramente, Juan de Dios ya debe de estar sonriendo y contando chistes en la otra vida con su hermano, el Padre Miguel, y con sus queridos papás, de feliz memoria. Un conocido refrán afirma: “Una choza donde se ríe, es mejor que un castillo donde se llora”.
Vaya un abrazo solidario para su esposa Lupita Aguilar e hijos, así como para sus hermanos (no los nombro, porque son varios) y hermanas, Cameli y Julia Isabel.
¿Cuido mi choza?