La primera vez que escuché el término me sonó a esoterismo. “Ahora vamos a hablar de la teoría de la disonancia cognoscitiva -dijo mi maestra de Teorías del Aprendizaje-; es muy importante que la entiendan bien porque en ella está la explicación de la causa de muchos de nuestros comportamientos”.
Mi maestra no se equivocó. El término no era tan esotérico como pensé, y la disonancia cognoscitiva está presentísima en nuestro día a día, tanto que nos permite no perder la cordura en tiempos de pandemia. Me explico.
En 1957, el psicólogo norteamericano Leon Festinger publicó un libro que tituló “La teoría de la disonancia cognoscitiva”, y en el que, palabras más, palabras menos, defendía lo siguiente: a lo largo de nuestra vida vamos enfrentando un sinnúmero de problemas, donde algunos de estos pueden llegar a convertirse en una crisis imposible de comprender y asimilar, porque difieren por completo de los referentes conceptuales, ideológicos y morales en los que hemos sido formados. En ocasiones es tan grande la disonancia (distancia) entre lo que la persona sabe y la situación que enfrenta, que se siente extraviada, sin rumbo, desprovista de las herramientas que le permitan entender, abordar y resolver el problema de una manera adecuada. Va un ejemplo para clarificar el punto.
Imagine usted que una persona ha sido formada en una ideología política determinada. A lo largo de toda su infancia ha escuchado hablar de los principios del partido, la función social del partido, los valores que distinguen a las personas que forman parte de ese partido y un largo etcétera que “formateó” el pensamiento y mirada de esa persona. Tras graduarse con honores de una universidad prestigiosa y ejercer una carrera profesional que ha sumado muchos bonos a su reputación personal, porque la vida es así, un día de tantos esta persona recibe una invitación a ser asesor del partido político opositor. ¿Qué hacer? ¿Cómo reconciliar dos universos de ideas, creencias, valores y percepciones contrapuestos?
Los ejemplos se pueden multiplicar por miles, y si no se actúa de manera adecuada pueden conducir a quien los enfrenta a decisiones muy desafortunadas (no son pocos los casos de personas que se arrojan por un acantilado, envenenan o cortan las venas, porque no encuentran un mejor modo de superar la tensión).
A decir de Festinger, es posible reducir la tensión generada por dicha disonancia, gracias a un proceso “homeostático que busca mantener el equilibrio, haciendo que las ideas viejas se reconcilien con las nuevas”. Veamos un nuevo ejemplo para aclarar este segundo punto.
Imagine que usted, después de muchos esfuerzos, logró hacer un ahorro para que su familia pase unas vacaciones inolvidables en la rivera maya. Para no enloquecer, pensó, nos daremos ese lujito en familia. Por equis o ye, ha tenido que postergar en dos ocasiones el viaje, de ahí que la agencia le haya mandado un atento correo informándole que, debido a la temporada, si no realiza el viaje en esta tercera fecha que usted señaló perderá el dinero invertido. Usted toma con calma el “ultimátum” e informa a su familia la fecha en que harán el viaje. A dos días de tomar el avión, usted y dos de sus hijos comienzan a sentir algunos síntomas de Covid-19. Por no dejar, se realizan una prueba que les confirma la sospecha. ¿Cómo reducir la disonancia?
Festinger dice que para superar momentos como este, las personas comenzamos a generar ideas que están más próximas “al tono” de las circunstancias que rodean el problema que enfrentamos. Volviendo al ejemplo, para reducir la disonancia, usted podría decir cosas como estas: “Por fortuna nos dimos cuenta a tiempo, y ahora podemos atendernos como es debido”, “Es preferible perder ese dinero a perder la vida”, “La capacidad hospitalaria en la Rivera Maya es súper limitada”, “Íbamos a ser una fuente de contagio en la rivera” y un largo etcétera.
La generación de este tipo de ideas y pensamientos permite, por un lado, reducir la tensión que genera la disonancia que existe entre lo que pensábamos debía ser, frente a lo que ahora es, y, por el otro, estabilizarnos emocionalmente, mantener la cordura.
Entre el montón de cosas que se han dicho en torno a la pandemia, aún no he leído nada que hable de la influencia que ha tenido en nuestras vidas este mecanismo. Buena parte de nuestros hábitos laborales, personales, domésticos, proyectos, interacción con las demás personas, relación con los espacios que habitamos e, incluso, muchos de nuestros hobbies, se han modificado drásticamente por una estúpida pandemia que no podemos quitarnos de encima.
Vivir el día a día, llevar a cabo lo que durante tantos años hemos venido haciendo, hoy resulta ser un suplicio: acudir al trabajo, llevar a las y los hijos a la escuela, reunirse en un café a conversar, acudir a una librería, iglesia, parque, estadio, museo, sumarse a una marcha en la calle, todo, cualquier cosa que implique contacto con otras personas supone un riesgo grave o mortal. La cotidianidad se ha transformado en disonancia cognoscitiva. De ahí que haya tantas y tantas personas, reduciendo de mejor o peor manera el conflicto cognoscitivo que experimentan. Los casos se suman por montones.
He escuchado a mucha gente que dice “De algo habremos de morir, así que no me juzgues porque hago esto o aquello”, “Ya estoy vacunado, la vida debe seguir”, “No puedo obsesionarme con este tema de la pandemia”, “Soy el sustento de mi casa, así que no me puedo dar el lujo de quedarme encerrado”, “Si yo fuera profesor como tú, entonces podría estar encerradito en casa” y demás razones por el estilo.
En todos estos casos, las personas completaron el “proceso homeostático” expuesto por Festinger en su libro: enfrentaron el conflicto, buscaron nuevos referentes (asideros conceptuales, emocionales y valorales) y se adaptaron a la nueva situación para no perder la cordura y abrir la puerta a la felicidad.
Esta es otra de las explicaciones por las cuales las personas somos capaces de seguir adaptándonos a la realidad, aunque esta, gruñendo de manera amenazante, no deje de mostrarnos los dientes.
Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Los diez “tips” dados por la titular de la secretaría de educación, en verdad, son la estrategia articulada por la SEP para que niños y niñas vuelvan a clase? ¿Estamos ante una disposición oficial, una idea peregrina o una corazonada sobre lo que debería hacer cada escuela para reiniciar las clases? ¿Las autoridades educativas ya dimensionaron la futilidad y riesgos que puede traer consigo la puesta en marcha del supuesto plan?