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Columna

Ventajas de la democracia

LETRAS DE MAQUÍO

    Mucho se ha dicho que el poder corrompe y también que el poder absoluto corrompe absolutamente. En los sistemas se presentan estatistas y totalitarios; por excepción, el hombre convencido, o el abnegado, o el deseoso de cuidar su imagen ante la historia que pueda escapar al ambiente general de corrupción; pero ellos, por brillantes y poderosos que sean, sólo serán excepciones a la regla y únicamente establecerán una pausa en el proceso de corrupción.

    Con el sistema de democracia y de economía social de mercado, sucede exactamente lo contrario: el gobernante y el partido del sistema no son los oráculos que interpretan para siempre la voluntad del pueblo, son simple y sencillamente los intérpretes de las aspiraciones populares por el tiempo restringido para el cual fueron electos y siempre tienen el peligro, muy real, de ser sustitutos en la persona de sus oponentes políticos por el mismo pueblo que los eleva.

    En el sistema democrático se presenta la corrupción, pero ésta tiene que ser solapada y vergonzante porque está siempre en peligro de ser descubierta y castigada. En el sistema democrático se da la ineficiencia y el despilfarro, pero esto viene a ser sancionado por el voto del pueblo, que se niega a los ineficientes y despilfarradores.

    En la vida económica sucede igual: en el Estado todopoderoso, propietario de los bienes de producción y supremo rector del mercado, la equivocación de la oficina central planificadora tiene resultados incalculables en la vida del país, se producen artículos que el pueblo ni quiere adquirir por ningún precio debido a que no satisfacen sus verdaderas necesidades, y entonces se atiborran los almacenes de mercancías, que ni se pueden vender, ni dentro ni fuera del país. Puede suceder también que la equivocación de la burocracia planificadora conduzca a asignarle una escasa prioridad a lo que el público cree que son sus verdaderas necesidades, y entonces hay escasez, desabastecimiento, mercado negro, colas y altos precios.

    En cambio, la economía social de mercado se opone a las prácticas monopólicas de todo tipo, inclusive de las empresas privadas como los trust y los cárteles, se establece la vigilancia para evitar las coaliciones de productores para fijar artificialmente los precios; se impiden las fusiones entre grandes empresas y, sobre todo, se baja la protección arancelaria y no arancelaria para que el monopolio del mercado local se vea expuesto a la competencia internacional.

    De esta forma, las decisiones de producción, la oferta que concurre al mercado, los tipos y precios de mercancías que se ofrecen a los consumidores, son producto a veces de cientos y de miles de actos autónomos en beneficio de los demandantes, que pueden escoger aquel que les dé las mejores condiciones de compra.

    En el mercado competitivo, el productor se puede equivocar, pero su equivocación no influye sino en un segmento del mercado total y puede ser rápidamente subsanada por la acción de sus competidores; además, el error del productor individual lo paga él mismo a manos de los consumidores que le niegan su preferencia y a costa de los recursos y de los esfuerzos que invirtió en su empresa. El productor que sobrevive a sus errores, se cuida mucho de seguirlos cometiendo porque sabe que la supervivencia de su firma está en juego.

    La democracia y la economía social de mercado permiten la acción de las empresas privadas; permiten la realización personal de los individuos y dan lugar a que éstos escojan entre una pluralidad de opciones. En ese sentido, las empresas son el juego vital de la sociedad. Cuando no existen y el gobierno es todo, deja de existir el ímpetu vital de la sociedad. Comparemos cualquier ciudad donde impere.

    Nota: Las empresas sin el juego vital de la sociedad. Si comparamos la empresa y la economía social de mercado (Francfort, Madrid, Nueva York, Río, etc.) con las ciudades del mundo comunista (Moscú, Varsovia, Sofía, etc.) veremos que en las primeras hay vida y colorido y en las segundas hay monopolios y monotonía, desgano y hastío, pues se han perdido las libertades y las iniciativas de crear y producir.

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