“Cuando uno no vive como piensa acaba pensando como vive”, señaló Gabriel Marcel. Con esta frase recalcó la importancia de que la persona cuide la consonancia, y no disonancia, entre sus opiniones y actitudes.
Desgraciadamente, en ocasiones no se cuida esta correspondencia y se perciben notables inconsistencias en el individuo, lo que acarrea una grave incomodidad psicológica, moral y espiritual.
Es claro que si las acciones no se corresponden con los pensamientos hay que corregirlas. Sin embargo, algunas personas prefieren de manera cómoda e inversa (por no decir cínica) adecuar sus pensamientos a las acciones.
Lo único que se consigue con esta manera de actuar es la escisión de la persona en su núcleo más íntimo. El ideal es buscar la feliz congruencia de decir lo que se piensa, pensar lo que se dice y vivir la conjunción de ambos elementos. En otras palabras, hay que vivir para pensar y pensar para vivir; pensar lo vivido y vivir lo pensado.
“Yo soy una persona pacífica, sin demagogia ni estrategia. Digo exactamente lo que pienso. Y lo hago en forma sencilla, sin retórica. La gente que se reúne para escucharme sabe que, con independencia de si coincide o no con lo que pienso, soy honesto, que no trato de captar ni de convencer a nadie. Parece que la honestidad no se usa mucho en los tiempos actuales. Ellos vienen, escuchan y se van contentos como quien tiene necesidad de un vaso de agua fresca y la encuentra allí. Yo no tengo ninguna idea de lo que voy a decir cuando estoy frente a la gente. Pero siempre digo lo que pienso. Nadie podrá decir nunca que le he engañado. La gente tiene necesidad de que le hablen con honestidad”, subrayó José Saramago.
¿Vivo como pienso?
@rodolfodiaz