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Al hablar de la tiranía del estrés -en la columna anterior- no pudimos menos que recordar una película española de 1981, que lleva por título: Deprisa, deprisa, la cual fue dirigida por Carlos Saura, quien falleció el 10 de febrero de este año.
La trama versa sobre cuatro jóvenes (Ángela, Pablo, Meca y Sebas) que se dedican a una vida fácil y sin sentido; roban para subsistir y se drogan para evadirse de una realidad que no asimilan (de hecho, dos no eran actores profesionales, sino delincuentes reales), porque en su rebeldía la catalogan como hueca y farsante. Se trata de una generación perdida que no encuentra su lugar ni razón de ser.
El tren de vida que llevamos en la actualidad nos conduce, también, a una velocidad desenfrenada. No necesitamos vivir tan arrebatadoramente deprisa, sino despacio, más despacio y paladeando con fruición los instantes que estamos viviendo. Los antiguos romanos, lo dijimos en otra ocasión, lo expresaban muy preciso: “festina lente”, apresúrate lentamente, o apresúrate despacio.
Robert Louis Stevenson señaló: “Tenemos tanta prisa por hacer, por escribir, por adquirir velocidad, por hacer nuestra voz audible un momento en el desdeñoso silencio de la eternidad, que nos olvidamos de una cosa, de la que esas otras solo forman parte, es decir, de vivir”.
Joyce Carol Oates lo escribió idílicamente: “Mi deseo es vivir una vida en la que las emociones lleguen despacio, como las nubes en un día tranquilo. Ves cómo la nube se acerca, reparas en su belleza, la contemplas mientras pasa y la dejas ir. No te obsesionas con lo que has visto, no lamentas su desaparición. Te conformas con entender que nunca aparecerá una nube idéntica a esa, por muy hermosa, por única que sea. Y no lloras por haberla perdido”.
¿Vivo despacio?