Y ahora viene con todo el ente de la política

Un proceso electoral para algunas personas sencillas es la promesa de una abstracta felicidad, o al menos, un ascenso interior, social y económico.

Para otros, es un dolor de cabeza, tanto como espectador de sus dimes y diretes; de ser testigo distante del gasto de recursos, más el desgaste de las discusiones familiares y personales.

La escalada mediática que nos aguarda y la reflexión sobre el futuro y la intención de nuestro voto serán inusitadas en esta etapa de transformaciones y desinformaciones.

Vienen días duros y complejos para quienes hacen de la política el centro de sus vidas. La tómbola nacional está a punto de girar. A usted puede tocarle “serpiente” o “escalera” a veces sin mover un dado o un dedo y perder todo en la Katafixia de la grilla.

Hablo lo mismo para el analista de café, los candidatos en campaña y sus familias, los ciudadanos de a pie que con su voto anónimo pueden erigir o redirigir la pirámide social.

La permanente mutación social que vivimos nos pone de frente a diario ante los tropiezos de una identidad nacional que no se acaba de definir en cuanto a sus procesos.

Creo firmemente que es necesario contar con una institución como el INE para que siga arbitrando un asunto tan nodal como el cambio de autoridades y representantes. Y que sea firme y fortalecida, si queremos terner nuestra propia revolución de terciopelo.

Una gran parte de este País ve a la clase política como seres que viven en una eterna penumbra moral; conciudadanos que en las campañas electorales son vehículo de intereses reprobables e improbables a pesar de su gran sonrisa o fotos con una pala en la mano.

La política es el arte de tratar de simplificarlo todo y explicarlo en una sola fórmula.

Pero con eso es imposible para tratar de definir qué es lo que pasa -o no pasa- en Mexico y Sinaloa.

La influencia nefasta de las redes sociales radica en la implacable reducción de una realidad a su aspecto puramente político y, en la reducción de este mismo aspecto, a lo que tiene de ejemplarmente negativo.

Creo que este mal es precisamente la reducción de la vida a la política y de la política a la propaganda. Candidaturas de mercadotecnia donde el ciudadano real se ve perdido y sorprendido.

Hay que dejar a un lado toda esa carga política que siembra el poderoso ejército de medios de campaña al servicio de la falsa progresía, logrando que muchos ciudadanos militen en un perfecto rebaño que lee (los que leen), escucha, ve, piensa, opina y vota como el Gran Hermano dicta

Me decía un ensayista, un connotado africanista, que el problema de ese continente es que la política allá proviene de una cultura muy antigua, todavía aliada con la magia y diferentes formas de violencia. Por eso hay tantos dictadores y caciques de facto, legitimados en las urnas o el Departamento de Estado gringo.

Y es el caso de este País y el tormentoso ámbito sinaloense, aún retumban los eructos del México bronco deseoso de volver.

El poder que la política le da a las leyes y a las palabras aquí suele gritarse, si no con acciones y música de banda, con la estruendosa parafernalia del golpear la mesa. Todavía hasta Gabriel Leyva, Sinaloa había sido por gobernada por políticos de orígenes militares para dar no solo una idea de orden, control y disciplina.

Razonemos bien no solo nuestro voto, sino también todo lo que haremos en las semanas previas al día de las elecciones: esa será la verdadera encuesta y la evaluación de quienes hoy nos gobiernan.