¿Ya nadie enseña comunismo?

17/10/2025 04:02
    Para el doctor Jorge Cereceda Barrera, chileno exiliado, sindicalista de los duros, amigo y seguidor de Salvador Allende, lo primero que debía aprender un estudiante de la clase de ‘marxismo’ era la teoría de clases. Distinguir muy bien la posición social que una persona tiene dentro de la estructura piramidal del conglomerado.

    Si la clase era de dos horas, generalmente entraba 10 minutos después; si era de una, la tolerancia era de 5 minutos. Nunca fue un profesor impuntual, más bien el horario lo estableció así en uno de sus primeros años, de los más de 30 en los que estuvo dando cátedra en diferentes universidades del País.

    “No hay cosa más curiosa, que un proletario defendiendo ferozmente los derechos de la burguesía. Es curioso, pero es más común de lo que vos pudieran imaginarse. El juego de la burguesía es hacer que el pobre pierda todo, pero para que lo pierda, primero tiene que perder la conciencia de clase”.

    Para el doctor Jorge Cereceda Barrera, chileno exiliado, sindicalista de los duros, amigo y seguidor de Salvador Allende, lo primero que debía aprender un estudiante de la clase de “marxismo” era la teoría de clases. Distinguir muy bien la posición social que una persona tiene dentro de la estructura piramidal del conglomerado.

    Las condiciones sociales y políticas nos hermanan, nos unen en intereses comunes, anhelos y aspiraciones. La primera y más importante división está entre la burguesía y el proletariado, los dueños de los medios de producción y los dueños de la fuerza de trabajo. La relación entre ellos es la explotación de los primeros sobre los segundos, el patrón y el trabajador, el dueño y el asalariado, el terrateniente y el desposeído.

    Trabajas para comer, comes para tener fuerzas para trabajar. El Estado burgués te concede derechos elementales para subsistir: a la salud (para que sigas trabajando saludablemente), a la vivienda (para que tengas donde estar en las pocas horas que no estarás trabajando), a la educación (entre más básica y menos crítica, mejor) y al trabajo (mal pagado, pero con vales de despensa).

    La gran mentira de ese sistema capitalista, decía el profesor Cereceda, es hacer creer al proletario que producto de su trabajo -si trabaja mucho, mucho- será capaz de convertirse en burgués, cosa que es men-ti-ra. Claro que un proletario puede mejorar sus condiciones dentro de su desigualdad, puede ser un tanto menos pobre, un tanto menos “jodido”, tener un pequeño negocio propio, un mejor puesto que otros, una casa un poco más grande, un guardarropa más surtido, una despensa que aguante un mes y no una semana. Pero eso no es salir del proletariado, porque todo proletario necesita de la fuerza de su trabajo para poder sobrevivir.

    A los 18 años y en una facultad de Ciencias Políticas, esas ideas te atrapan, suenan muy convincentes, están muy bien articuladas y se sustentan en teorías que uno debe estudiar mucho para entenderlas en su amplitud. Pero sin duda lo más interesante de todo es que esas ideas rebeldes, subversivas, atractivas y hasta cierto punto utópicas, nos atraen a pensar en un mundo más justo, en un criterio de distribución de la riqueza menos desigual, un mundo sin hambre, sin explotación laboral, un mundo que todo joven de corazón revolucionario quisiera fuera mejor.

    Ya después, viajas a Cuba, Nicaragua, Venezuela y te das cuenta de que el modelo, tal como te lo contaron en clase, no funcionó. La dictadura del proletariado es tan o más injusta que la dictadura de la burguesía. Al caminar por las calles de La Habana vieja, abres los ojos ante la realidad de la carencia generalizada de productos básicos y elementales. Sin propiedad privada, el Estado es dueño, no sólo de los medios de producción, sino de todo y cuando digo todo es todo: la empresa, la casa, el supermercado, el periódico, la televisora, el banco, el hospital, el burdel, la escuela, la iglesia y la heladería Coppelia. El problema entonces es, ¿si todo es del Estado, de quién es ese mentado Estado?

    La respuesta correcta en clase era “del pueblo”. La respuesta en la realidad de la isla era del compañero Fidel Castro Ruz y los camaradas del Partido Comunista Cubano.