Ya nunca más te vayas, Javier Valdez
La 4T y la indolencia 4 años después

OBSERVATORIO

    Ahí estás Javier Valdez, en el lado sur de la plazuela Álvaro Obregón, para deletrear a Culiacán en sus azoteas y olvidos. Con la mirada atenta desde el ojo insobornable del periodista, la sonrisa del bato que narra más desesperanza que satisfacción, el escritor que no se anda por las ramas ni por los matices, el ciudadano que les avisará a las víctimas cuando vea pasar por la avenida central los convoyes que anuncian muerte. Quédate allí Javier, eternamente, donde Sinaloa aún te necesita.

    Vaga por la sierra y por la costa, por los desesperos y últimos reductos, otea en todos los intersticios y rendijas, para que al caer las tardes regreses a escuchar a la banca de los precursores del “se dice” con el parte de guerra cotidiano de esta tierra que pensamos era de nadie y que hoy sabemos le pertenece a la delincuencia. Ve con las rastreadoras, con las familias desplazadas por la violencia, con los deudos de las muertas, con las viudas y los huérfanos, pero no tardes más allá del crepúsculo cuando las palomas irán a preguntarte qué viste, que oíste. Por qué volviste triste.

    Y al alba siguiente, con las campanadas que llaman a la misa de gallo, vete un rato a Los Portales y arráncale al café la profecía de los once ríos, un día de aguas claras y árboles verdes con todo e iguanas regocijantes; al otro de columnas de humo negro, rugir de metralla, gente que corre espavorida hacia aquello que parezca refugio a pesar de que horas antes se fue a dormir oyendo al gobierno decir que Sinaloa es seguro.

    Javier: nunca te entretengas tanto en El Guayabo porque deberás permanecer en ese podio al que iremos los tuyos (tu familia y quienes aquel día atroz dijimos “todos somos Javier Valdez”), los sinaloenses sin voz y los que preguntan ¿quién sigue?, a dejarte una rosa o una anécdota, un puro disfrazado de veladora, y cuidaremos que no se te acerquen algunos que querrán asestarte otra bala al cerciorarse los impunes que ordenaron asesinarte, que sigues acá más vivo que nunca.

    No te vuelvas a ir. Para qué le haces caso a Sabina en eso de que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Ya no te vayas de la tierra donde fundaste todo, en la que te jugaste inclusive la vida, a la que le quitaste el silencio cómplice, la misma que recibió tu regalo de una familia ejemplar como la de tus hijos, esposa, madre, padre y hermanos. Aunque en el solar de la ráfaga, los miedos, los punteros, los halcones y las morras del narco muchos hubiéramos deseado cambiar algún día de patria chica.

    Has vuelto puntual a ponerte frente a los ojos, a colocar tu recuerdo como barrera, ante los que disparan contra el oficio que amas, el de reportero, con ráfagas de odio, infamias y confabulaciones en el enésimo intento por hacerle creer a la sociedad que los criminales son los buenos y los periodistas los hampones. Ese modo de libertad de expresión alterada en la cual los cobardes que expelen cieno ya se disponen a disparar balas, fustigados por políticos y gobiernos que ni siquiera escuchan los gritos de paz y justicia de un gremio, del Sinaloa herido, o del México sangrante con más de 80 mil muertos por la violencia y 18 periodistas asesinados, en lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador.

    Así las cosas, Javier, pero ni modo. Si hoy no estás aquí para contarlo, sigues terco en volver para presenciarlo. Desde la caliente Loma de Rodriguera a la rara placidez de El Sauz; de la marginada Siete Gotas al Aguaruto que traza los límites de otro cártel, en Culiacán todo sigue igual: unos viven en los cenotafios, otros sobreviven en el terror. Desde el retén en el Desengaño que detiene a viajeros y no a los traficantes, hasta La Concha que es la puerta de entrada que pelean los capos del sur; o del agreste triángulo dorado a la costa donde están los embarcaderos de drogas, el territorio estatal sigue ocupado por los ejércitos del narco y ni quien dé cuenta de ello porque el único que lo decía en el periodismo, tú, hablarás ahora a través de tu pecho de metal.

    Debió desesperarte la lona que te cubría el rostro horas antes de la develación del busto instalado en tu memoria, en ese pedestal reservado sólo para el placer de los valientes. Pero eso no es nada frente a la alegría de todos los que volvimos a verte con la mirada que expele amistad sincera, el sombrero que al darte sombra bajo la lluvia de fuego en el verano guarece también la fe en la justicia. Las gafas insuficientes para esconder tus lágrimas de siempre, por los desvalidos.

    Allá nos vemos, bato, ahora en la plaza que engrandece con tu presencia y luego en aquel lugar que habitas donde la Malayerba servirá al menos para cubrir el techo de algún jacal donde podamos fundar otro esfuerzo periodístico. Mientras tanto, los 15 de mayo servirán para reunirnos en torno a ti, pero no hay tiempo que alcance para olvidarte.

    Reverso

    No hay lápida ni hay cruz,

    Ni de la justicia la sordidez,

    Que maten la enorme luz,

    De tu gran historia Javier Valdez.

    La Cuarta Traición

    Qué momento decepcionante el que se vivió el sábado durante el homenaje que se le rindió a Javier Valdez Cárdenas cuando Balbina Flores, representante en México de Reporteros sin Fronteras, e Ismael Bojórquez, director del semanario Ríodoce, dieron a conocer que no fue posible en la mañanera de un día antes exponerle la exigencia de justicia al Presidente Andrés Manuel López Obrador, porque no se les dio la palabra, ni entregarle al Mandatario la carta para pedir la extradición del presunto autor intelectual del crimen, Dámaso López Serrano.

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