Johana Páez
A través de la disciplina se siente libre y se conecta consigo misma
Robertha López Horta descubre libertad y se conecta consigo misma a través del yoga, disciplina que se ha convertido en un estilo de vida.
Al entrar a la casona Villa Margarita, diseñada al estilo minimalista muy apegado a lo natural y respetando la estructura de la casa, se siente tranquilidad y se respira frescura y olores perfumados.
En un sillón confortable esperaba Robertha, de lo más cómoda, para compartir su gusto y pasión por el yoga que durante una década ha practicado, y ahora lo aplica en la enseñanza.
Inició contando que el yoga llegó en el mejor momento de su vida. Cuando tenía 21 años vivía en Londres, donde estudiaba la carrera de literatura, estaba pasando momentos de soledad y por invitación de su novio acudió a una clase.
Robertha vivía sola, se sentía una mexicana impactada por la magnificencia de la ciudad, era la primera vez que salía de su hogar y trabajaba para apoyarse con sus estudios.
"Al asistir a mi primera clase de yoga sentí que había llegado a mi hogar, me sentí muy bien porque encontré mi casa, ese último momento en la relajación final cuando solté todo, finalmente, me sentí tranquila y segura de mí misma", comenta entusiasmada.
"Con el tiempo, me empecé a poner bien tonificada, muy guapetona y eso me dio mucha seguridad para hacer las cosas".
Las técnicas que utiliza en una clase son las posturas también conocidas como asanas, dirigida hacia un bienestar; por ejemplo un día trabaja para la espalda, otro para las piernas o el cuello, y desarrolla un tema para mejorar el estado físico.
Siempre hace una explicación y una práctica de lo que es la respiración, que está totalmente ligada con los pensamientos, y otra de concentración.
"En las clases aprendo a llevar ese aire hasta el fondo, que pasa al corazón, que entra a los pulmones y que llega hasta el fondo del diafragma, hasta abajo, donde está el abdomen y en el abdomen que es donde está la fuerza del cuerpo", dijo después de exhalar profundamente.
Con el yoga aprendió a adquirir paz mental, cómo ir relajando el cuerpo, dedo por dedo, área por área, ir descompensándolo de todo el estrés que vive a diario.
"Este estilo de vida ha sido una gran terapia, he podido sanar muchas cosas, y a manera de un contacto íntimo con mi persona, con mi cuerpo que es mi mente, corazón, vida e historia puedo observar lo que he vivido y puedo dar gracias".
Una hora diaria se dedica a sí misma, en ella tiene la oportunidad de concentrarse y centrarse para después continuar con sus obligaciones en el trabajo y vida social.
Después de terminar los cinco años de su carrera en Londres regresó a Canadá, donde se dedicó a estudiar únicamente el yoga.
Se formó en Vancouver, ha tenido varios maestros en su vida y sigue las técnicas y aprendizajes de David Swenson, Esin Finn, Shiva Rea, Doug Swenson y Tim Miller.
En ese tiempo se dedicó a estudiar con los maestros y a explorar otras técnicas de relajación; además de los beneficios de los masajes, alinear, equilibrar y soltar el cuerpo.
"Mi mayor satisfacción es la persona que soy, haber podido llegar a este momento y sentirme feliz, plena, capaz de iniciar lo que ha sido Índigo Villa Margarita Spa, quizás es una meta muy grande la que me he puesto, traer el yoga a México, a Mazatlán", expresó.
"Tú vas a Canadá y en cada esquina hay lugares para hacer yoga, venir a Mazatlán, donde no es muy común practicarlo, y el tratar de activarlo fue un trabajo difícil porque llegas de pionera".
Este estilo de vida, como lo llama, también le ha dado la fuerza física de intentar y aprender a surfear, siente que si no tuviera la fuerza física que el yoga le ha dado, ahora de grande, nunca hubiera podido meterse al mar. Dentro de él utiliza todas las técnicas de la disciplina.
El yoga la ha salvado, se ha dado fuertes golpes, en una ocasión comentó que se cayó muy feo en una ola que le puso los pies a la altura de sus orejas, si no hubiera tenido la flexibilidad en la espalda, se rompe.
Vino a Mazatlán a quedarse
En Mazatlán tiene cuatro años y medio, eligió esta ciudad por una casa ubicada en 5 de Mayo número 109 en el Centro, entre Morelos y Zaragoza, lugar donde su bisabuelo, José Leonardo Nafarrate, construyó la Villa Margarita.
Curiosamente, ni Robertha ni sus padres nacieron en el puerto. Sus abuelas, Elvira Nafarrate y Martha Ramírez, son mazatlecas, pero al casarse se fueron a radicar a la capital del país.
Por Elvira y Martha los padres de Robertha se conocieron y se casaron, se fueron un tiempo a Monterrey y luego a Canadá.
Robertha sólo sabía de Mazatlán por las pláticas de sus abuelas. La primera vez que vino fue en el 2000 a inaugurar Villa Margarita. Esa vez acudieron todos los Nafarrate, hicieron una gran fiesta.
"En ese entonces vivía en Londres y ni de chiste llegué a pensar que viviría en Mazatlán, se me figuró que era como un pueblo fantasma, todavía no estaba el nuevo malecón y en el centro no había iluminación, me preguntaba ¿quién vivirá aquí?".
En el 2004 regresó de su viaje de Vancouver al Distrito Federal y le dijo a su mamá que quería quedarse en México, pero en una ciudad con playa, su madre le sugirió Mazatlán por el departamento y la casa que tenían aquí.
Vino en un verano y fue para quedarse. Se emocionó por el crecimiento que empezaba en la ciudad como el malecón y la iluminación del centro, principalmente.
"Empecé a conocer gente muy bonita, hice unos súper amigos, aquí he conocido personas increíbles que en ningún otro lugar, Mazatlán es como un imán, he hecho amistades muy padres, al instalarme en la casa empecé a ver que el lugar era una joya, activé la casa para dar clases de yoga, lo que me fascina", dice muy sonriente.
Se visualiza seguir teniendo la oportunidad de dar clases de yoga, le gusta transmitirla, tener alumnos de todas las edades, desea expandir este estilo de vida a todos los ámbitos de la comunidad mazatleca.
Durante una década Robertha López Horta ha practicado el yoga, disciplina que para ella se ha convertido en un estilo de vida y actualmente lo aplica a la enseñanza.