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"Acantilado"

"Pequeños sorbos"
06/11/2015 06:09

    Irad Nieto

    En la introducción de La historia comienza Amos Oz (Jerusalén, 1939) cuenta que su padre, autor de libros “sesudos” y científicos, envidiaba la libertad creadora de la que gozaba su hijo novelista para escribir; sin todas esas limitaciones que implica reunir la información, corroborar la autenticidad de las fuentes, confrontar unos datos con otros, consultar diccionarios y enciclopedias, atestar la mesa de fichas de trabajo, etcétera. El escritor de ficción, pensaba el padre desatinadamente, se sienta y deja fluir a chorros su imaginación, “directamente de la cabeza a la página”, sin mayor lucha, sin necesidad de demostrarle a nadie la confiabilidad de sus historias. En la mesa del escritor, fantasea el científico, no hay enciclopedias ni malcaradas fichas de apuntes.

    Y sin embargo el hijo también envidiaba secretamente al padre: “Él nunca tenía que estar, como yo, sentado contemplando una única y burlona hoja en blanco en medio de un escritorio desierto, como un cráter en la superficie de la Luna. Sólo yo y el vacío y la desesperación”.

    “Junto a la mesa están la horas de la tarde / y la página irremediablemente en blanco”, apuntó, con desesperanza, Anna Ajmátova. La mentada página en blanco. Si el padre se equivocaba; el hijo era injusto. Comenzar, escribir la primera frase o el primer párrafo no es asunto únicamente de narradores, sino de quien escribe (aun informes burocráticos, como bien lo ejemplifica Oz en la introducción). Aquel que nunca ha estado inmóvil frente a un desierto de papel, ignora lo que es el infierno de la escritura. En realidad, la hoja en blanco era el punto de encuentro entre el trabajo de Oz y el de su padre.

    Esta envidia recíproca y esta aparente incomprensión del oficio del otro, relatada por el novelista y ensayista israelí Amos Oz, sacan a la superficie el tema fundamental abordado en este libro de ensayos: el comienzo de un relato o de una novela. Quien escribe lo sabe: de la primera frase o del primer párrafo depende que un lector siga las huellas de tu escritura. Una anécdota, una remembranza, una digresión, la descripción de un lugar, un crimen, un cadáver, yo qué sé; todo puede servir para comenzar. A partir de aquí suele despegar o invalidarse tanto un ensayo como una novela.

    Pero volvamos con Oz al relato: “Todo principio de relato es siempre una especie de contrato entre escritor y lector”. Como todo contrato, establece las cláusulas (claves) de una nueva relación (lectura) a la cual deben ajustarse los contratantes. Esto es importante: no sólo el lector debe leer conforme a las claves propuestas por un relato, sino que el autor del mismo debe cumplir las expectativas que ofreció en el “comienzo” de su historia. Hay contratos filosóficos, misteriosos, morales; pero los hay insinceros y tramposos, por supuesto. Por eso hay que leer con atención, insiste el autor de No digas noche (2007).

    En estos 10 ensayos sobre cinco relatos y cinco novelas, entre ellas El otoño del patriarca, de García Márquez, y La nariz, de Gógol, Amos Oz nos desafía a leer entre líneas el contrato inicial de todo relato, a buscar los detalles y a esforzarnos por ver más allá de lo que engañosamente vemos (leemos). Seguir la lectura de Oz es ocupar momentáneamente su inteligencia y gozarla. Como El cuento hispanoamericano de Seymour Menton, La historia comienza es un ejercicio sagaz de lectura en público. Reúne diversas clases y lecciones de un lector minucioso como relojero y ameno como un buen profesor. Oz no se instala en ninguna jerga para hablar desde allí sobre literatura. A la manera de Nabokov, sus clases son inmersiones en la literatura que “pueden servir de introducción a un curso de lectura lenta: los placeres de la lectura, como otros goces, deben consumirse a pequeños sorbos”.

    elacantilado@yahoo.com.mx
    www.akantilado.com

    Amos Oz, La historia comienza. 'Ensayos sobre literatura' FCE / Siruela, primera edición, México, 2007, 120 pp.