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"Acantilado"

"De trabajo y tiempo libre"
07/11/2015

    Irad Nieto

    Hay personas que elogian con seriedad el trabajo o aparentan hacerlo. Rinden culto a la eficiencia, la laboriosidad, la disponibilidad, la ocupación y las ganancias. Nunca las veremos tumbadas en algún sillón leyendo un libro, escuchando una melodía o simplemente contemplando la nada que se les ofrece.
    El ensimismamiento, el encuentro con sí mismas, las horroriza. ¡Falta un patrón, un horario, una jornada de trabajo, actividad, bendita actividad, y ganancia! Para ellas el ocio, el tiempo libre, es asunto de vagos, excéntricos, marginados y artistas; no de la gente decente.
    Su existencia, como escribe Nietzsche, se ha convertido en "una cacería del beneficio". El lucro es el motor que los impulsa; el tiempo libre, lo tienen claro, no es negocio. Por eso no pueden parar. Deben trabajar o mandar a otros para que trabajen la mayor parte del día o la noche no sólo para subsistir sino para acumular ingresos que prometan el éxito y el prestigio en una sociedad cuya lógica es la del consumo como fin en sí mismo y la posesión de bienes con fecha de caducidad (Zygmunt Bauman).

    En Elogio de la holgazanería, uno de los seis ensayos clásicos que reúne este punzante librito cuyas diatribas apuntan al trabajo, Bertrand Russell es rotundo en su crítica: "La moral del trabajo es la moral del esclavo"; la de aquel que trabaja innecesariamente al límite de su fuerza física, sin agrado, para mantener a una clase ociosa en el peor sentido de este último término, es decir, parasitaria, cuyo tiempo libre depende de que trabajen otros como bestias. La ociosidad de esta clase, argumenta Russell, "sólo resulta posible gracias al trabajo de otros; y en realidad, su deseo de cómoda holgazanería es la fuente histórica de todo el evangelio del trabajo".

    En lugar de emplear a personas para que trabajen y produzcan lo indispensable para el consumo de la colectividad, en jornadas quizás de 4 horas, y en las otras 4 incorporar a los desempleados para que ya no lo sean, la ética capitalista del trabajo manda contratar todo el tiempo que resista la fuerza física del empleado, anulando la posibilidad del ocio.
    "¿Para qué quieren vacaciones los pobres? Deberían trabajar", escuchó decir Bertrand Russell a una anciana duquesa. Lo absurdo es que suelen ser los pobres quienes más "trabajan", no únicamente para alimentarse y vestirse sino ahora también presionados por tener cada vez más. Nadie debería sorprenderse si a cambio de trabajo en exceso, de jornadas que obstaculizan el desarrollo individual, tengamos en las calles y en las casas a hombres y mujeres infelices, cansados y resentidos. Autómatas que se olvidaron de la pausa y los respiros.
    Luego de laborar 12 ó 14 horas, no esperemos que el trabajador se interese por el cine, los libros, la música, la danza, el deporte o la práctica de la conversación. El cuerpo está abatido y debe descansar, sólo para volver al siguiente día y repetir el trabajo.
    Este discurso puede parecer ajeno a quien no labora como obrero en una fábrica o una gran empresa, sin embargo, la circunstancia de la falta de ocio, de un momento real para haraganear y dedicarse a lo que venga en gana, se aplica a casi cualquier empleado. Además, el enaltecimiento del trabajo que se promueve en nuestras sociedades ha hecho que muchos se avergüencen del reposo o de gastar sabrosamente la tarde en un café.
    Los devotos del trabajo, ocupados en la ocupación misma, orgullosos de una eficiencia tasada en resultados y estadísticas, piensan que todos somos iguales a ellos. ¡Conmigo no cuenten! Me ha costado cultivar la pereza y mirar un poco más allá del vulgar horizonte del trabajo. La inmovilidad del taciturno me apasiona. La condición para vislumbrar lo esencial, creo, es tener la opción de no hacer nada.
    "El patrimonio que más nos pertenece: las horas en que no hemos hecho nada... son ellas las que nos forman, las que nos individualizan, las que nos vuelven.. Cuanto más inútil he sido, más creo haber aportado a mi familia y a la sociedad. Si es que debía hacerlo.

    Contra el trabajo
    Séneca, Samuel Johnson, Friedrich Nietzsche, Bertrand Russell, Theodor W. Adorno y E.M. Cioran,
    Tumbona ediciones, colección Versus
    Primera edición, México, 2008, 92 pp.

    elacantilado@yahoo.com.mx
    www.akantilado.com

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