Esta semana vi un documental sobre Alejandro Dumas y percibí un detalle que no había percibido en mi primera lectura de Los tres mosqueteros: Athos, Porthos y Aramis, la legendaria triada que yo imaginaba más mayor, tienen aproximadamente 18 o 19 años.
Los lectores quizá nos vamos con la finta porque siempre -en la novela y el cine- nos ponen a D’Artagnan como un joven aprendiz.
Al leer el libro uno los imagina más viejos porque son gente de capa y espada, que usan largos bigotes, tiene cada uno su criado y casa propia, ademas de que ya llevan hasta dos guerras en su haber. Pero por tener esa edad hacen tantas tonterías y balandronadas, como irse a comer a un bastión durante el sitio de la Rochelle o retarse a duelo por un tropezón.
(Siempre me intrigó porque Porthos era el galán más eficaz de todos y también el más barrigón)
Para el imaginario social de la época, 18 años era todavía ser joven pero ya a punto de entrar a la meticulosa adultez. Parece ser que los verdaderos Romeo y Julieta tenían 14 años; la vida era muy corta y era necesario tener hijos de inmediato o encontrar rápido quien mantuviera a las hijas.
Auden propone que Hamlet tiene 40 años y por eso esta tan atormentado: lleva demasiado tiempo esperando ser rey para que se lo gane un intruso vía del braguetazo. (Ahora entiendo las ideas que han de pasar por la mente el príncipe Carlos cuando se pasea solitario en el palacio de Windsor o el tenebroso Balmoral).
La adolescencia es un descubrimiento reciente que no se ve casi en la literatura clásica. Podemos pensar que D’Artagnan tendría alrededor de 15 años. Los aprendices de cualquier oficio empezaban a los 12-13 años y al que se inicia en el universo masónico se le llama aprendiz, que es un poco la posición del joven gascón llegado a París. Por eso el libro se llama los tres mosqueteros, aunque en realidad son cuatro.
Alejandro Dumas inspiró para esta historia en las memorias del caballero D’Artagnan, libro que tomó de la biblioteca de Marsella y aún hay ahí referencias de que nunca devolvió el primer tomo. Esto es interesante porque siempre lo han acusado de robar historias y usar escritores secretos.
Dumas cuenta en sus novelas los eventos que en 250 años le dieron la forma a Francia. Sabía darle el soplo vital a los acontecimientos y sus novelas son ágiles por sus excelentes diablos y que siempre hay acción.
No tenía la intención de custodiar los hechos, pero le enseñó más historias a los franceses y a nosotros que todos los historiadores puntillosos; como él decía, “si violé la historia, al menos le hice hijos bellos”... Notable comentario a quien se decía que tuvo más de 500 hijos naturales.
Quizás como venganza de una infancia pobre, cuando alcanza el éxito se dedica a los excesos. Su principesco modo de vivir y grandes gastos con pulso de manirroto le provocan no pocas tropelías. Huyendo de sus acreedores acabó conociendo toda Europa porque se perdía de París de dos semanas hasta seis meses y luego volvía.
En Florencia fue donde duró más tiempo porque era ciudad muy barata pero se moría de aburrimiento y participó en un periódico republicano, integrándose luego a la lucha de Garibaldi. Se casó por interés y la dote de la esposa apenas le alcanzó para pagar una parte de sus deudas. Su primer hijo lo tuvo con una vecina de su primer amante.
Era un hombre demasiado complejo para su época y hoy sería feliz viviendo el frenesí de una figura de la farándula, haciendo adaptaciones constantes de sus libros como franquicia, tipo Harry Potter o El señor de los anillos.
García Márquez decía “escribo para que me quieran mis amigos”. Antes que eso había dicho una Alejandro Dumas “Me gusta que me quieran”, y esta frase relumbra en El conde de Montecristo.