Padre Esteban González Lara
´Quédate con nosotros´
1. LOS ALEJADOS VUELVEN
La liturgia de este domingo nos presenta a Jesús, quien se parece a dos de sus discípulos que, descorazonados y decepcionados, se alejaban de Jerusalén. Ya se les habían desvanecido las esperanzas de que con Él todo se iba a solucionar y que el imperio romano sería destronado.
Ya no querían convivir con los demás discípulos y decidieron separarse, quizá para ponerse a salvo y olvidarse del asunto. Sus ilusiones se habían acabado; ya no tenía caso seguir con la comunidad apostólica.
Se parecen a muchos cristianos que, mientras no tienen mayores problemas, dicen ser discípulos de Jesús; pero cuando todo sale al revés, como cuando un ser querido enfermo no sana y muere, a pesar de las oraciones que se hacen por su salud; o cuando se decepcionan porque un sacerdote los trata mal, no los atiende como se debe o se porta en forma escandalosa, entonces se alejan de la Iglesia y de la práctica religiosa; se hunden en críticas y lamentos; llegan incluso a renegar de su fe.
¿Qué hacer con los que se alejan, como los discípulos de Emaús? Jesús, con toda delicadeza, se acerca a ellos; los acompaña en su caminar y se preocupa por su tristeza. Sin embargo, con toda claridad también los reprende por su dureza e insensatez. Les hace ver que "era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria". Les explica ampliamente aquellos pasajes de las Sagradas Escrituras que se referían a él. Los evangeliza y los saca de su error. Ellos, por su parte, no se defienden, sino que escuchan con humildad y apertura de corazón. Incluso lo invitan a hospedarse y compartir la cera. En ese momento, al partir el pan, lo reconocen. Era como el signo que lo identificaba.
2. CELEBRAR CON ALEGRÍA
Los primeros cristianos se reunían "el primer día de la semana", que con el tiempo se llamó "domingo" o "día del Señor", y celebraban "la fracción del pan". Es el término con que se designa lo que hoy llamamos Misa o celebración eucarística. Es el signo que actualiza la presencia de Jesús vivo y victorioso en medio de la comunidad de los discípulos. Por ello, para un cristiano es muy importante la participación dominical en una Misa, pues allí nos ponemos en comunión con todo el misterio de Cristo, presente entre nosotros por los signos sacramentales, en particular por el pan y el vino.
Compartir el pan ha de ser también el signo que identifique a los cristianos. Es decir, los discípulos del resucitado no debemos ser egoístas, pensando sólo en nuestro propio interés, sino preocuparnos por todos aquellos que caminan tristes en la vida; por los derrotados y por quienes ya perdieron la ilusión y la esperanza. Hemos de acercarnos a quienes están al borde del suicidio, a quienes se sienten solos e incomprendidos, a los que están abandonados en un asilo o en un hospital, a los migrantes expuestos a toda clase de vejaciones.
Compartir el pan también significa buscar alternativas a la miseria, incluso a nivel estructural, impulsando las transformaciones necesarias en los sistemas económicos, políticos y sociales. Es lo que nos ha pedido el Papa Juan Pablo II en su Exhortación sobre la Iglesia en América: "El Magisterio social de la Iglesia no se cansa de invitar a la comunidad cristiana a comprometerse en la superación de toda forma de explotación y opresión. En efecto, se trata no sólo de aliviar las necesidades más graves y urgentes mediante acciones individuales y esporádicas, sino de poner de relieve las raíces del mal, proponiendo intervenciones que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración más justa y solidaria".
3. HAY QUE CONOCER LA PALABRA DE DIOS
No hay que huir ante los problemas, como hacían los discípulos que iban hacia Emaús, sino acercarnos a quienes más sufren y alentarlos en la búsqueda de soluciones. Pero tampoco se debe dar todo hecho a los pobres, sino apoyarlos en sus iniciativas y educarlos para que sean agentes de transformación. Como Jesús, quien contagió de entusiasmo a aquellos discípulos desalentados y éstos se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, para compartir con los apóstoles su experiencia del resucitado.
La conversión de esos dos discípulos empezó cuando Jesús les explicó las Escrituras. Esto significa que debemos dar más importancia a la Santa Biblia y dejarnos transformar por ella. De la Palabra de Dios depende nuestra conversión. ¡Escuchémosla! Que en ningún hogar falte una Biblia, y que se le dedique tiempo para meditarla, en particular, o de preferencia, en familia.
¿Usted conoce personas tristes y sin esperanza? Acérquese a ellas y compártales el pan de su amor, de su fe y de su alegría. Entonces empezará a ser cristiano, porque Jesucristo resucitado vivirá en usted.