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"Alfa y Omega"

"Alfa y Omega"
06/11/2015 08:27

    Pbro. J. Esteban González Lara

    La Santísima Trinidad

    Después de la solemnidad de Pentecostés, que celebramos hace 8 días, la Iglesia en su liturgia nos invita a celebrar distintos misterios que son como una síntesis de la historia de la salvación.
    El jueves pasado se celebró a Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote, porque todo lo que hizo, desde su Encarnación hasta su Ascensión al cielo, es el ejercicio de su sacerdocio a favor de toda la humanidad.

    1. LA TRINIDAD EN EL AMOR
    Hoy celebramos el gran misterio de la Santísima Trinidad, porque el origen de la creación y de la redención es el amor del Padre, manifestado en su Hijo Jesucristo, renovado hoy y aquí por la acción del Espíritu Santo.
    El próximo jueves celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo (que por cierto en México es día festivo de precepto, obliga a participar en la Misa y, en la medida de lo posible, abstenerse de trabajo), porque en la Eucaristía se actualiza todo el misterio de amor de Dios y, más en particular, la inmolación de Jesús por nosotros.
    El viernes de la semana siguiente, celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, porque todo el amor de Dios se simboliza en el corazón. Es como si dijéramos que Dios es sólo corazón. Al día siguiente, será la fiesta del Corazón Inmaculado de María, porque en ella se hace presente y visible todo el amor de Dios.
    Todas estas fiestas tienen su raíz en el misterio de la Santísima Trinidad: Dios es nuestro Padre, que nos ha amado desde toda la eternidad. Su amor se nos ha revelado, en forma viva e histórica, en la encarnación de su Hijo, Jesucristo. Y el Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo, continúa haciendo presente entre nosotros, sobre todo por los signos sacramentales, todo el amor trinitario.

    2. LA TRINIDAD ES LA VERDAD
    Creemos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque Jesús mismo no los reveló, y Él no puede engañarse ni engañarnos. Para la mente humana, uno es uno y tres son tres, pero en Dios no es así. Dios es uno en su naturaleza y trino en personas. Esto parece una contradicción, un absurdo, algo imposible; sin embargo por el hecho de que nuestra mente no lo entienda, no por eso es falso.
    Dios rebasa nuestras categorías y supera nuestras capacidades mentales. Si todo el misterio de Dios fuera comprendido por nuestra mente, no sería Dios. Si cupiera en nuestras categorías mentales, sería un Dios demasiado pequeño, a nuestro tamaño. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son fruto de nuestra mente, sino de una comprobada revelación, pues el ser humano nunca habría sido capaz de concebir tal misterio.
    Sólo quien haya recibido el don de la fe, puede aceptar este misterio de la Santísima Trinidad. Quien dice que la fe es absurda, porque su única verdad es la ciencia y lo comprobado experimentalmente, se expone a caminar sin la luz de la revelación que Dios mismo nos ha dado. Al respecto, dice hoy Jesús: "El que cree en Él (el hijo) no será condenado; pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios".
    La fe en Dios tiene consecuencias muy prácticas. En Dios hay diversidad de personas, pero las tres son un solo Dios. Hay diversidad y unidad. Esa es nuestra inspiración y nuestra meta: mantenernos unidos, dentro de nuestras legítimas diferencias.
    Todos somos diferentes, irrepetibles y únicos; nadie es igual a otro. Dios nos hizo a su imagen y semejanza; pero como es tan grande, nadie lo agota. Por ello, nos hizo tan distintos, con características físicas, mentales y síquicas muy particulares. Todos, de una forma y otra, sacamos algo de Dios. Pretender que todos pensemos y reaccionemos igual, con fe, pierde la gran variedad y riqueza de nuestras legítimas diferencias.

    3. LA TRINIDAD ES LA UNIDAD
    Esta unidad y diversidad se debe aprender desde la familia. Son distintos papá, mamá e hijos. Una buena educación desde el hogar y la escuela consiste en llegar a ser capaces de escuchar a los demás, valorar sus opiniones y cualidades, respetarlos en sus diferencias y saber convivir en unidad y armonía.
    De igual manera hemos de proceder en los grupos, en la sociedad y en la comunidad eclesial. Ninguna persona puede pretender que su verdad es la única y que todos los demás son malos, ignorantes o perversos. La verdad total y absoluta solamente es Dios.
    En las parroquias y en los grupos creyentes, hemos de construir la unidad que Jesús quiere para sus discípulos, unidad que no elimina las diferencias.
    En su vida y en su predicación, Jesús nos revela al Padre. Se presenta como el Hijo del Padre, y ambos nos envían al Espíritu Santo. Los tres son distintos, pero iguales. Diferentes en cuanto a personas, pero no tres dioses, sino uno solo. ¡Oh admirable misterio! No pretendemos entenderlo, porque nunca lo lograremos. Sólo nos queda postrarnos, como Moisés (Cfr Ex 34, 4-9), y adorarlo. Somos incapaces de entender el misterio de Dios; sólo hay que bendecirlo y alabarlo por siempre, como dice el Profeta Daniel.
    Jesús nos ordenó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28-19). Por eso todas nuestras actividades han de empezar y terminar invocando a las tres divinas personas. Al levantarse y al dormir, hay que persignarse con la señal de la cruz y decir: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". También al tomar los alimentos, al empezar un trabajo o un viaje, al iniciar o terminar una oración. Otra fórmula es la inspirada en el Apocalipsis: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá". (1,8).